La sexta petición que Santa Teresa de Jesús recomienda para meditar los días sábados: No nos dejes caer en la tentación.* Como nuestros enemigos son tan importunos que siempre nos ponen en aprieto, y como nuestra debilidad es tan grande que somos fáciles de caer si el Todopoderoso no nos ayuda, por tanto es necesario que seamos perseverantes en pedir favor a nuestro Señor, para que no permita que podamos ser vencidos por las tentaciones presentes, ni volvamos a caer en los pecados pasados. No le pedimos que no permita que seamos tentados, sino que no seamos vencidos por las tentaciones, pues la tentación, al ser vencida por favor divino y nuestra voluntad, es para su gloria y corona nuestra. Y nos lo manda pedir por estas palabras: “No nos dejes caer en la tentación”, para que entendamos que el ser tentados es permisión suya, y el ser vencidos es por nuestra flaqueza; y la victoria es suya.
Consideremos, pues, cuan cierto es que todos somos débiles, enfermos y llagados. Tanto porque lo heredamos de nuestros padres, como porque nosotros mismos con nuestros pecados y malas costumbres pasadas nos hemos debilitado. Y presentémonos así delante de este Médico Celestial, pidámosle que no nos deje caer en la tentación, y que nos sostenga Él con su mano poderosa, y no nos deje sin cura ni ayuda. Este título de Médico es muy agradable a su Divina Majestad, y fue el oficio que más ejerció viviendo en este mundo, curando enfermos incurables de enfermedades corporales, y las almas, de vicios envejecidos. Y por eso se puso Él mismo este nombre, cuando dijo: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Este oficio usó su Majestad con el hombre, comparándose al samaritano, que con aceite y vino, curó al que los ladrones habían despojado, herido y dejado medio muerto. Son una misma cosa médico y redentor; pero el redentor atiende los pecados pasados, como dijo San Pablo; y el médico cura las llagas y enfermedades presentes, y todas las culpas venideras. Consideremos la condición de los médicos de la tierra, que no visitan si no los llaman, y que visitan más a quien mejor les paga, y no a los más necesitados. Encarecen la enfermedad, y a veces la prolongan por ganar más. A los pobres curan de oídas, y a los ricos en persona, y ni para unos, ni para otros sacan de sus casas las medicinas, ya que éstas son costosas y las curas inciertas. ¡Oh Médico Celestial, que en nada de esto os parecéis a los de la tierra, sino en el nombre! Vos venís sin ser llamado, y de mejor gana hacia los pobres que a los ricos, y a todos curáis en persona. No aguardáis sino a que el enfermo se reconozca serlo, y estar necesitado de Vos. No solo, no encarecéis la cura o enfermedad, sino que facilitáis la cura a los enfermos, por grave que sea, y les prometéis que a un gemido estarán sanos. De ningún enfermo tuvisteis asco, por asquerosa que fuese la enfermedad. Por los hospitales andáis buscando a los incurables y pobres. Vos os pagáis Vos mismo, y de vuestra casa sacáis las medicinas. ¿Y qué medicinas? Hechas de la sangre y agua de vuestro costado: de la sangre para curarnos; del agua para lavarnos y dejarnos sin mancha ni señal alguna de haber estado enfermos. * M. Rivadeneyra, Biblioteca de Autores Españoles - Escritos de Santa Teresa, Madrid, 1861, t. I, pp. 539-540, con ligeras adaptaciones.
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