Santoral
San Vicente FerrerLlamado «Trompeta del Juicio Final» y «Ángel del Apocalipsis», fue un extraordinario predicador y operó en vida impresionantes milagros. |
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Fecha Santoral Abril 5 | Nombre Vicente |
Lugar Vannes (Bretaña, Francia) |
Profeta y orador sagrado, gloria de la Iglesia
Llamado «Trompeta del Juicio Final» y «Ángel del Apocalipsis», fue un extraordinario predicador y operó en vida impresionantes milagros Plinio María Solimeo San Vicente Ferrer nació en la ciudad de Valencia, entonces capital del reino español del mismo nombre, el día 23 de enero de 1350. Era descendiente remoto del menor de dos hermanos que, por su valor, habían sido armados caballeros en 1238, en la reconquista de aquella ciudad a los moros. Su padre, Guillermo Ferrer, se casó con Constancia Miguel, cuya familia también había sido ennoblecida durante la conquista de Valencia. Por lo tanto, San Vicente descendía de héroes por ambos lados. Además, sus padres unían a la nobleza de sangre la de la piedad. Desde la cuna, supieron inculcar a sus hijos una fervorosa devoción a Cristo Jesús y a María Santísima, así como el amor a los pobres. El pequeño Vicente quedó encargado de repartir las pródigas limosnas que sus padres les destinaban. Asimismo, le enseñaron a practicar una mortificación los viernes en recuerdo de la Pasión de Cristo y los sábados en honor de la Virgen.1 Muy dotado naturalmente, Vicente inició sus estudios de filosofía a los doce años, y de teología a los catorce. A los diecisiete años ingresó en el convento dominicano de su ciudad, haciendo su profesión solemne en 1368. Diez años después, cuando aún no había comenzado su vida pública, se produjo el llamado Gran Cisma de Occidente. Debido a la gran repercusión de aquel cisma sobre la vida religiosa de la época, nos detendremos un momento sobre él. El gran cisma de Occidente El año 1376, el Papa Gregorio XI, a instancias de Santa Catalina de Siena, dejó Avignon para trasladar nuevamente el Papado a Roma. Él fue así el último Papa de nacionalidad francesa, habiendo muerto en la Ciudad Eterna el 27 de marzo de 1378. En abril, los cardenales que se encontraban en Roma —diez de los cuales eran franceses—, escogieron para sustituirlo a Bartolomé Prignano, arzobispo de Bari.
La elección fue acompañada de tumultos en la ciudad, cuyos habitantes querían influenciar en el cónclave pretendiendo el nombramiento de un Papa romano, o al menos italiano, que permaneciera en Roma. A pesar de ello, el nuevo Papa —que tomó el nombre de Urbano VI—, fue reconocido universalmente. Al día siguiente, el Sacro Colegio notificó oficialmente a los seis cardenales franceses que permanecían en Avignon la elección de Urbano VI. Estos no apenas lo reconocieron, sino que se congratularon con sus colegas italianos por la elección. Del mismo modo actuaron los cardenales Roberto de Génova y Pedro de Luna. Lamentablemente Urbano VI no correspondió a lo que de él esperaban los cardenales. Desde un comienzo, se mostró excéntrico, desconfiado y algunas veces colérico, inclusive con relación a ellos, lo que llevó a Santa Catalina de Siena, con libertad apostólica, a amonestarlo. Fue entonces que, alegando el calor de Roma, trece disgustados cardenales del Sacro Colegio huyeron hacia Agnani y después a Fondi, donde el 20 de setiembre de ese mismo año de 1378 se reunieron en un cónclave ilegal, eligiendo papa al cardenal Roberto de Génova, con el nombre de Clemente VII. Así empezó el llamado Gran Cisma de Occidente. El antipapa Clemente VII volvió a establecerse en Avignon, siendo reconocido por diversos países de la Cristiandad como el legítimo sucesor de Pedro. Poco después, le sucedió el cardenal español Pedro de Luna con el nombre de Benedicto XIII. Debido a las dificultades de comunicación, a las múltiples disensiones entre partidos y naciones y, sobre todo, a una crisis en la disciplina eclesiástica y en el pensamiento teológico, tal fue la confusión que hasta los santos apoyaron tanto al Papa legítimo cuanto al antipapa. Del lado del Papa verdadero estaban Santa Catalina de Siena, Santa Catalina de Suecia, el beato Pedro de Aragón y la beata Ursulina de Parma. A favor del antipapa se encontraban San Vicente Ferrer, Santa Coleta de Corbie y el beato Pedro de Luxemburgo. Para empeorar la situación, en la fiesta de la Anunciación de 1409, cuatro patriarcas, 22 cardenales y 80 obispos, pretendiendo acabar con el cisma, se reunieron, también de modo ilegal, en un concilio en Pisa, depusieron a Gregorio XII, sucesor de Urbano VI y de Benedicto XIII, y eligieron un nuevo Papa, Alejandro V. Éste falleció en el espacio de un año, siendo substituido por Juan XXIII. Esto sólo agravó la situación, pues ahora, en lugar de dos, eran tres los purpurados que se disputaban el trono pontificio. ¿Cómo terminó la tragedia? Para ser breves, digamos que este cisma, que dividió a la Iglesia durante casi 40 años, cesó con el Concilio de Constanza (del 5 de noviembre de 1414 al 22 de abril de 1418). Fue entonces aceptada la abdicación tanto de Gregorio XII, el verdadero Papa –que hizo leer un decreto de convocación al concilio, legitimándolo de ese modo— cuanto de Juan XXIII; y el depuesto Benedicto XIII. La Sede quedó vacante. En noviembre de 1417 fue elegido Papa el cardenal Oddone Colonna, que tomó el nombre de Martín V. Este Pontífice estableció su residencia en el Vaticano, restaurando así para la Sede de Pedro sus antiguos derechos y prestigio en la Cristiandad.2 El Papa renunciante, Gregorio XII, murió aquel mismo año de 1417 en olor de santidad.3
En tal confusión, los fieles deberían —según muchos teólogos— someterse al Pontífice bajo cuya obediencia estaban. Así, San Vicente siguió a Benedicto XIII, su bienhechor, que era reconocido como Papa verdadero por España y por el General de su Orden. Parece que nuestro santo juzgaba que la elección de Urbano VI era inválida por haber sido realizada por temor, en medio del tumulto. “No obstante, fue siempre patente en su conducta la devoción total a la Iglesia y la fidelidad al Pontificado romano. Más tarde, una vez que sus contactos con los hombres que intervinieron en el Concilio de Constanza y sus viajes por Italia le permitieron conocer mejor la situación, se produce en él un cambio e intenta, primero, que los dos Pontífices lleguen a una solución del cisma, y después rompe definitivamente con Benedicto XIII, cuando se convenció de que no estaba dispuesto a abdicar en bien de la Iglesia”.4 Como quiera que sea, dejemos esta delicada cuestión a la interpretación de los teólogos y canonistas, y acompañemos a San Vicente Ferrer en su odisea misionera. “Levántate y anda a predicar contra los vicios” Estando aún en el convento, San Vicente quedó tan angustiado con la situación de la Iglesia, que enfermó gravemente. “Al borde de la muerte tuvo una visión en la que se le apareció Jesucristo, acompañado de Santo Domingo y de San Francisco, y le dijo que pronto sería libre de su enfermedad, que en algunos años se comenzaría a poner en orden el negocio del cisma de la Iglesia y que fuese como apóstol por el mundo a predicar contra los vicios que entonces más se practicaban. «Avísales —dijo— del peligro en que viven, y que se enmienden, porque el Juicio Final esta muy cercano»”.5 Empezó así “la odisea prodigiosa del orador, del glosolalo [que ha recibido el don de lenguas], del catequista, del viajero. Obra apostólica, brío de luchador, arrestos de estadista, portento humano en resistencia física y en dominio de los hombres, y testimonio flagrante del poder natural que reside siempre en la Iglesia”.6 San Vicente Ferrer se convirtió, durante más de 30 años, en el mayor misionero de la Iglesia Católica hasta entonces, al predicar no sólo en España, sino también en Francia, Holanda, Italia, Inglaterra, Escocia e Irlanda. A pesar de sólo hablar su lengua materna y el latín, las diferentes multitudes le entendían perfectamente, como si hablase su propia lengua. Hermosura recia y la fuerza aterradora del trueno San Vicente era imponente. Así lo describe un hagiógrafo: “hermosura recia y varonil […] estatura más que regular, frente amplia, coronada por un bello cerquillo de cabellos de oro; ojos grandes y oscuros, gesto expresivo, porte majestuoso, y una voz sonora, que parecía una campana de plata, dice un antiguo cronista, y que él dominaba con tal habilidad, que a veces tenía toda la fuerza aterradora del trueno, y a veces parecía dulce brisa portadora de amor y de consuelo”.7 Esa voz era tan fuerte, que era escuchada a gran distancia.
En España, el santo convirtió a la fe de Cristo a más de 25 mil judíos, entre los cuales a catorce rabinos. Uno de ellos se convirtió después en el famoso teólogo católico Jerónimo de Santa Cruz. Los judíos lo llamaban “el demoledor”, por el gran número de convertidos que lograba entre los suyos. Convirtió también a cerca de 18 mil moros. Para reforzar el efecto de sus palabras, San Vicente se valía de todo el ceremonial y los símbolos de la Iglesia, como son las procesiones, misas solemnes, exposiciones del Santísimo Sacramento. Siempre aparecía precedido por una procesión entonando cánticos piadosos y penitenciales. Al principio iba a pie y, al envejecer, montado en un burrito, rodeado de un grupo de sacerdotes que administraban los sacramentos. Las multitudes se apiñaban de tal modo para oírlo que los templos eran insuficientes, obligándole a predicar a campo abierto. Para no ser apretujado por los que intentaban tocarlo, andaba rodeado por un grupo de hombres que lo protegían dentro en un cuadrilátero de madera. San Vicente era seguido por un gran número de penitentes que se flagelaban, “predicando la restauración de la vida cristiana, para lo cual era necesario, decía, procurar el retorno de los pueblos a Cristo y a la Iglesia, consiguiendo una renovación de las personas con la vida de la gracia y su participación en los Sacramentos, que infundiese nueva ley en las costumbres y consiguiese la santificación de las familias”.8 Milagros asombrosos acompañaban sus prédicas. Los mudos hablaban, los sordos oían, los paralíticos caminaban y hasta los muertos resucitaban a su voz. Su primer biógrafo afirma que fueron más de 860 los milagros por él operados en vida. San Vicente Ferrer era un profeta. Muchas de sus profecías se realizaron aún en su tiempo. Pero hizo una que se aplica particularmente a nuestra época tan decadente. El día 13 de setiembre de 1403, anunció como señal que precedería a los últimos tiempos, que “las mujeres vestirán como hombres y se portarán según sus gustos y licenciosamente y los hombres vestirán de mujeres…”.9 Mucho más podría ser dicho a respecto de este gran santo, fallecido el día 5 de abril de 1419 y canonizado por el Papa Pío II en 1458. El reducido espacio, sin embargo, no lo permite. Notas.- 1. Cf. www.ewtn.com/spanish/saints/Vicente_Ferrer.htm.
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San Vicente FerrerEl Ángel del Apocalipsis |
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