Francisco no parecía hermano de Jacinta sino en la fisonomía del rostro y en la práctica de la virtud. No era tan caprichoso y vivo como ella. Al contrario, era de un natural pacífico y condescendiente. No manifestaba, como Jacinta, la pasión por la danza; le gustaba más tocar la flauta mientras otros danzaban. Nada le encantaba tanto como contemplar un bonito nacer y ponerse el sol. Lo que más le entretenía, cuando andábamos por los montes, era sentarse en el peñasco más elevado y tocar su flauta o cantar. Si su hermanita bajaba conmigo para echar algunas carreras, él se quedaba entretenido allí con su música y sus cantos. Los pajarillos le gustaban especialmente… tenía un arte especial para imitarlos. Contamos a Francisco todo cuanto la Santísima Virgen nos había dicho [el niño solo la veía, no la oía]. Y él, feliz, manifestando lo alegre que se sentía por la promesa de ir al cielo, cruzando las manos sobre el pecho, decía: —“Querida Señora mía, rezaré todos los rosarios que tú quieras”. Y desde entonces tomó la costumbre de separarse de nosotras como paseando; y, si alguna vez le llamaba y le preguntaba sobre lo que estaba haciendo, levantaba el brazo y me mostraba el rosario. A veces decía: —“La Virgen dijo que tendríamos que sufrir mucho. No me importa; sufro todo cuanto ella quiera. Lo que yo quiero es ir al cielo”. Francisco era de pocas palabras, y para hacer su oración y ofrecer sus sacrificios le gustaba esconderse hasta de Jacinta y de mí. Muchas veces le sorprendíamos detrás de una pared o de unas matas a donde se había escapado disimuladamente. Allí, de rodillas, rezaba o como él decía, “pensaba en Nuestro Señor triste por tantos pecados”. Siempre se mostró alegre y contento en la enfermedad. Solía preguntarle yo: —¿Sufres mucho, Francisco? —“Bastante, pero no importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor y además, en seguida me voy al cielo”. En vísperas de morir me dijo: —“¡Escucha!, estoy muy mal, ya me falta poco para ir al cielo”. —Vete, pero no te olvides allí de pedir mucho por los pecadores, por el Santo Padre, por mí y Jacinta. —“Sí, pediré, pero mira, prefiero que pidas esas cosas a Jacinta, porque yo tengo miedo de que se me olvide en cuanto vea a Nuestro Señor. Sobre todo quiero consolarle a Él”.
Cf. Memorias de la hermana Lucía, Secretariado dos Pastorinhos, 10ª ed., Fátima, 2008.
|
![]() El Confesionario Sagrado locutorio del tribunal de Dios |
![]() |
El padre de familia que no reza Puede ser que los padres no hayan perdido el hábito de la oración, gracias a Dios; pero podría ser que no hagan que sus hijos los vean rezando a menudo. Rezar y dejar que los niños vean que uno reza, son dos cosas diferentes…... |
![]() |
¡Los videojuegos envician! Al comienzo no pasa de una inocente diversión. Se tiene el placer de dominar situaciones, ejercer un poder, controlar dificultades y sumergirse en un mundo de fantasía. Así es la primera reacción frente a las emociones de un videojuego... |
![]() |
¿Por qué el tercer secreto de Fátima no fue divulgado en 1960? El 13 de julio de 1917, la Santísima Virgen transmitió a los tres pequeños videntes de Fátima un mensaje que no deberían revelarlo a nadie... |
![]() |
Incesante rivalidad entre la cruz y el mundo Queridos hermanos, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del mundo. A la derecha, el de nuestro amable Salvador... |
![]() |
Un pecado que desagrada a los mismos demonios Desgraciados… como ciegos y tontos, ofuscada la luz de su entendimiento, no reconocen la pestilencia y miseria en que se encuentran, pues no solo me es pestilente a mí, sino que ese pecado desagrada a los mismos demonios, a los que esos desgraciados han hecho sus señores... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino