Vidas de Santos San Juan Fisher

Obispo de Rochester, cardenal y mártir de Inglaterra

Martirizado por defender la indisolubilidad del matrimonio, resistió heroicamente al cisma provocado por el rey Enrique VIII

Plinio María Solimeo

Nacido en Beverley, condado de Yorkshire, en 1469, Juan Fisher fue uno de los cuatros hijos del comerciante Roberto Fisher y de su esposa Inés. Su padre falleció cuando él tenía ocho años.

Después hacer los primeros estudios en su ciudad natal, cursó en la Universidad de Cambridge. En 1491 recibió una dispensa papal para ser ordenado a los 22 años, antes de la edad canónica. En 1497 fue nombrado párroco de Northallerton.

Por su piedad y erudición, se convirtió en capellán y confesor de la madre del rey Enrique VII, lady Margarita Beaufort, condesa de Richmond y de Derby. Al mismo tiempo que velaba por su dirigida espiritual, empleaba su crédito en la corte para favorecer a la religión católica.

Habiéndose graduado como doctor en Sagrada Teología en 1501, Juan Fisher fue nombrado vicecanciller y después canciller vitalicio de la Universidad de Cambridge. En 1504, con apenas 35 años de edad, por insistencia personal del rey Enrique VII, se convirtió en obispo de Rochester, conservando su cargo en Cambridge.

La diócesis de Rochester era considerada la más pobre de Inglaterra y el primer paso para futuras promociones. Sin embargo Juan Fisher permaneció en ella durante sus 31 últimos años de vida.

Primer embate con el nuevo soberano

Muy piadoso y de hábitos austeros, Fisher colocaba una calavera sobre el altar mientras celebraba, o en el refectorio mientras comía, a fin de tener siempre presente la imagen de la muerte.

Cuando Enrique VII falleció en 1509, el obispo Fisher tuvo su primera desavenencia con el nuevo monarca, Enrique VIII, que quería apropiarse de los fondos que su abuela había dejado para financiar unas fundaciones en Cambridge.

Más tarde, Enrique VIII escribió contra Lutero el libro En defensa de los Siete Sacramentos, que le mereció el título de Defensor de la Fe. Muchos afirman que su verdadero autor fue santo Tomás Moro, pero ello es cuestionable. Sin embargo, habiendo sido el rey contraatacado por Lutero, Fisher lo refutó, defendiendo también el carácter sagrado del sacerdocio y la autenticidad de la Sagrada Escritura.

El rey se declara Jefe de la Iglesia en Inglaterra

Enrique VIII llevaba 20 años casado con Catalina de Aragón; tuvieron varios hijos, aunque solo sobrevivió una hija. Hasta que se apasionó por una dama de la reina, Ana Bolena, con la cual pensó contraer matrimonio. Para conseguirlo, se valió de todos los medios para anular su matrimonio con la reina. El obispo Fisher se opuso vehementemente y se convirtió en el principal apoyo de Catalina y su principal consejero. En cuanto tal, compareció ante los legados de la corte, declarando que, como san Juan Batista, estaba dispuesto a morir para defender la indisolubilidad del matrimonio. El rey quedó tan furioso al saber de ello, que compuso un largo texto en latín, dirigido a los legados, para refutar al obispo Fisher. Pero este no se dejó persuadir.

Enrique VIII

Las cosas entonces se precipitaron. En noviembre de 1529, incitado por el rey, el Parlamento comenzó a invadir las prerrogativas de la Iglesia. Como miembro de la Cámara de los Lores, Juan Fisher alertó que tales actos sólo podían dar en la destrucción de la Iglesia Católica en Inglaterra. Los diputados de la Cámara de los Comunes reclamaron entonces al rey, diciendo que el obispo estaba interfiriendo en las prerrogativas del Parlamento. Ante lo cual el monarca convocó al prelado a comparecer ante su presencia. Para mostrarse magnánimo, aceptó aparentemente las explicaciones del obispo, pero dejó a los Comunes la tarea de contradecir las razones dadas por él.

Transcurrido un año, como continuaban las embestidas contra la Iglesia Católica, Fisher y los obispos de Bath y de Ely apelaron a la Santa Sede. La reacción del rey no se hizo esperar: emitió un edicto prohibiendo tales recursos y mandó encarcelar a los prelados, liberándolos algunos meses después.

En febrero de 1531, Enrique VIII dio entonces un paso decisivo: convocó a todos los miembros del clero a comparecer a su presencia, a fin de pedirle perdón por haber reconocido al cardenal Wolsey como legado papal sin su autorización real. Para eso deberían los eclesiásticos pagar una multa de 100 mil libras, con la cual “comprarían” el perdón del monarca. En seguida, revelando al mismo tiempo el fin último de la convocación, intimó a todo el clero, en especial a los prelados, a reconocerlo como Protector y Cabeza Suprema de la Iglesia en Inglaterra. Presente, Fisher consiguió añadir al documento de ese reconocimiento la cláusula: “tanto cuanto la ley de Dios lo permita”.

Atentado contra la vida del obispo Fisher

Algunos días después, en ese mismo año de 1531, Richard Roose (o Coke), cocinero de Fisher, colocó veneno en la sopa a ser servida en el palacio y a los pobres. En consecuencia, dos pobres murieron y muchos otros pasaran mal, como también algunos criados. El obispo Fisher enfermó gravemente, solo no murió por un milagro. El hecho impresionó muy desfavorablemente a la opinión pública, que vio en ello un atentado contra la vida del obispo. Para mostrar que nada tenía que ver con el caso, Enrique VIII mandó pasar una ley en el Parlamento que consideraba al envenenamiento como crimen de alta traición, pasible de muerte lenta del reo por cocimiento, suerte reservada a Richard Roose, el primero en ser así ejecutado.1

Entre el pueblo menudo corrió la voz de que la mano de la familia Bolena estaría por detrás del atentado como medio de apartar un obstáculo al divorcio del rey, pero eso nunca llegó a ser aclarado.

Encarcelamiento en la Torre de Londres

Santo Tomás Moro

En mayo de 1532, sir Tomás Moro, Canciller del Reino y futuro mártir, renunció a la Cancillería para no tener que aprobar el divorcio del rey. Un año después, Tomás Cranmer, titular de la sede episcopal de Canterbury, aprobó en mayo el divorcio de Enrique VIII y el día 1º de junio coronó a Ana Bolena como reina de Inglaterra.

Los acontecimientos se precipitaron aún más. En 1534 el Parlamento expidió una Ley de Sucesión obligando a todos a reconocer, con juramento de por medio, como legítimos herederos del trono a los hijos de la unión de Ana Bolena con el rey. El obispo Fisher se rehusó a prestar semejante juramento, siendo por eso nuevamente encarcelado. Todos sus bienes fueron confiscados y la sede episcopal de Rochester fue declarada vacante. Santo Tomás Moro, que también se negó a prestar el juramento, fue igualmente preso pocos días después.

A algunos obispos que intentaban hacerlo ceder, Juan Fisher les dijo: “La fortaleza está traicionada por esos mismos que la deberían defender”.2 En efecto, con excepción de él, la totalidad de los obispos ingleses, por miedo y falta de celo, aceptó la ruptura con Roma y la fundación de una iglesia anglicana.

¡Que un episcopado entero rompa con la fe por miedo o para obtener algunos beneficios, muestra cuán putrefacto estaba! Y, con pocas y honrosas excepciones, la nación entera se plegó a esa apostasía.

El cisma de Inglaterra constituye por eso uno de los hechos más sorprendentes de la historia. ¿Cómo puede una nación entera romper de la noche a la mañana con la fe de sus antepasados —la cual le había merecido el epíteto de “Isla de los santos”— para seguir a un soberano prevaricador?

Esta apostasía tan completa del clero y del pueblo solo se explica por una decadencia muy profunda y prolongada de la fe y de la práctica de la religión católica, desde hacía muchos siglos vigente en Inglaterra.

En la prisión, creado Cardenal Presbítero

En mayo de 1535 el Papa Paulo III elevó al obispo de Rochester a la honra de Cardenal Presbítero de san Vital, para que él recibiera un mejor trato en la prisión. Pero tuvo un efecto contrario. El rey prohibió que su capelo cardenalicio fuese llevado a Inglaterra, diciendo que antes enviaría a Roma la cabeza del prelado. De hecho, con base en falsos testimonios y tratando al prisionero como ciudadano común, una corte de justicia lo declaró reo de alta traición y lo condenó a ser ahorcado, destripado y descuartizado. No podía ir más lejos el odio contra este paladín de la fe.

Como la sentencia provocó mucha reacción en la población de Londres, Enrique VIII la sustituyó por la decapitación. El 22 de junio de 1535, el ahora cardenal Juan Fisher, habiendo sido despertado a las cinco de la mañana para ser ejecutado, pidió permiso para... descansar un poco más. Y durmió profundamente por otras dos horas. Lo que revela la paz de consciencia y tranquilidad de espíritu de este héroe de la fe ante la muerte cruel.

En el momento de la ejecución, dijo al pueblo presente: “Vine aquí para morir por la fe de la Iglesia Católica y de Cristo”. Después de rezar el Te Deum y el salmo In te Domine speravi, fue decapitado.

Católicos romanos decapitados por orden de Enrique VIII

“Los últimos momentos de Fisher fueron como su vida. Enfrentó la muerte con una calma y una valentía que impresionaron mucho a los presentes. Su cuerpo fue tratado con particular rencor, aparentemente por orden de Enrique, siendo desnudado y abandonado en el cadalso hasta la noche, cuando fue arrojado sin ropa en una tosca tumba [...]. Quince días después su cuerpo reposó al lado del de sir Tomás Moro en la capilla de san Pedro ad Vincula, en la Torre de Londres. Su cabeza fue colocada en un poste del Puente de Londres. Pero su apariencia fresca y como que viva, excitó tanta atención que, quince días después fue lanzada al Támesis, siendo colocada en su lugar la de sir Tomás Moro, cuyo martirio, también en la colina de la Torre, ocurrió el día 6 de julio”.3

Estos dos mártires de Nuestro Señor Jesucristo —el cardenal Juan Fisher y sir Tomás Moro— fueron beatificados por el Papa León XIII en 1886 juntamente con otros 52 mártires ingleses, y canonizados por Pío XI el día 19 de mayo de 1935. Conmemoramos sus fiestas el mismo día 22 de junio.

 

Notas.-

1. Cf. Francis Hackett, Enrique VIII, Hnos. Pongetti Editores, Rio de Janeiro, sin fecha de edición, p. 211; G. Huddleston, St. John Fisher, The Catholic Encyclopedia, 2014, in http://www.newadvent.org/cathen/08462b.htm.

2. P. José Leite SJ, San Juan Fisher, in Santos de cada día, Editorial A.O., Braga, 1987, p. 282.

3. G. Huddleston, St. John Fisher, The Catholic Encyclopedia.

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Tesoros de la Fe N°186 junio 2017


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