PREGUNTA Los medios de prensa vienen noticiando, con frecuencia cada vez mayor, casos escandalosos de abusos sexuales por parte de clérigos, lo que lleva a algunos a dudar de la fe católica y alejarse de la Iglesia, o al menos de la práctica religiosa. Otros dicen que sería mejor eliminar el celibato sacerdotal, alegando que es la causa de esos abusos. ¿Cuál es la mejor defensa que un católico puede hacer de la Iglesia en esta situación vergonzosa? ¿Tales hechos pueden ser denunciados o hacerlo equivaldría a llevar agua para el molino de los enemigos de la Iglesia? RESPUESTA
Comencemos por aclarar que no todas las denuncias de abuso difundidas por la prensa o investigadas por la justicia son verdaderas. Se sabe que en muchos países los medios de comunicación, así como ciertas autoridades judiciales, son hostiles a la Iglesia Católica, y están acusando y condenando a sacerdotes y prelados sin oírlos, sin respetar la presunción de inocencia de la que goza cualquier acusado hasta ser juzgado. Es innegable, no obstante, que muchas de las investigaciones confirmaron un gran número de casos de abuso sexual por parte de clérigos, incluyendo a obispos e incluso a un cardenal de mucho destaque. Se reveló aun la existencia de verdaderas redes de corrupción dentro de algunos seminarios y en organismos de la Iglesia. El celibato sacerdotal nada tiene que ver con la difusión de esta plaga moral del abuso sexual. Estudios estadísticos serios prueban que en más del 80% de los casos se trata de abuso de adolescentes o de jóvenes de sexo masculino por parte de clérigos homosexuales. Un estudio, en particular, probó que el número de esos abusos creció exactamente en la misma proporción en que aumentó el número de personas con atracción homosexual en las filas del clero. El Arca de Noé contenía animales puros e impuros Esta infiltración ocurrió señaladamente a partir de la década de 1960, debido al relajamiento en las condiciones para la admisión en los seminarios y en la disciplina de estos, así como por relativizar la moral en los estudios de teología después del Concilio Vaticano II. Contribuyó también la difusión de la llamada “homo-herejía”, o sea, el error de afirmar que la atracción homosexual no es contraria a la naturaleza, y que las relaciones homosexuales son lícitas. No es la primera vez en la historia de la Iglesia que la herejía y la corrupción moral se propagan como un cáncer entre los que están llamados a ser “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mt 5, 13-14). Sin embargo, en cada circunstancia, los Papas y los santos consiguieron reformar al clero y restaurar tanto la disciplina eclesiástica como la pureza de costumbres, que debe caracterizar a los ministros de Dios. En el tenebroso período que estamos atravesando, esa urgente reforma moral en las filas del clero y de la Jerarquía, ni siquiera comenzó.
Frente a estos escándalos y para fortalecer nuestra fe, cabe recordar que, de acuerdo con el Catecismo del Concilio de Trento, la Santa Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo no es como la imaginaban Lutero y sus secuaces, o sea, como una comunidad puramente espiritual y constituida solamente por justos que tienen fe. Al tratar de la Iglesia militante —“la reunión de todos los fieles que aún viven en la tierra”—, dice el referido Catecismo: “En la Iglesia militante hay dos clases de hombres, a saber, buenos y malos. Los malos participan también de los mismos sacramentos y profesan la misma fe que los buenos, pero se diferencian de ellos en la vida y costumbres”. Más adelante, subraya que la Iglesia: “No solamente contiene dentro de sí a los buenos, sino también a los malos, según enseña el Evangelio en muchas parábolas. Como al recordarnos que el Reino de los cielos, esto es la Iglesia militante, es semejante a la red echada en el mar (Mt 13, 47); o al campo en que sobre el grano se sembró la cizaña (Mt 13, 24); o a la era en que el grano está mezclado con la paja (Mt 13, 12; Lc 3, 17); o a las diez vírgenes, unas fatuas, otras prudentes (Mt 25, 1). Pero aun mucho antes [de tales parábolas] se deja ver también la figura y semejanza de la Iglesia [militante] en el Arca de Noé en la cual no solo estaban contenidos los animales limpios sino además los inmundos (Gn 7, 2; 1 Pe 2, 6; cf. Hch 10, 9; 11, 4-18). “Mas, aunque la fe católica enseña verdadera y constantemente que los buenos y los malos pertenecen a la Iglesia, con todo, según las mismas reglas de la fe se ha de explicar a los fieles que es muy diferente la condición de unos y otros, porque los malos están en la Iglesia así como la paja suele estar en la era mezclada con el grano, y a la manera como los miembros vivos suelen algunas veces estar con otros varios muertos, unidos al mismo cuerpo”.
Paganos, herejes, cismáticos y excomulgados no pertenecen a la Iglesia
En consecuencia, conforme explica el mismo Catecismo, solamente tres clases de hombres están excluidos de la comunión con la Iglesia: los paganos, que nunca estuvieron en su seno; los herejes y cismáticos, porque apostataron; y los excomulgados que fueron excluidos judicialmente, mientras no se reconcilien con Ella. Y añade sabiamente, refiriéndose de modo específico a los pastores que llevan mala vida, mas no por ello pierden su autoridad en la Iglesia: “No se debe dudar que todos los demás hombres por perversos y malvados que sean aún perseveran dentro de la Iglesia. Y esto se ha de enseñar continuamente a los fieles, para que se persuadan ciertamente, que si sucediere haber en la Iglesia prelados de vida desedificante, con todo están dentro de ella, y por eso nada se les quita de su autoridad”. Agrega aun el Catecismo, que el hecho de que permanezcan en el seno de la Iglesia miembros malos, y hasta pastores que causan escándalo, no le disminuye en nada la santidad, pues la santidad le viene por estar “consagrada y dedicada a Dios” (Lv 27, 28-30); por ser “el Cuerpo Místico de Cristo (Ef 5, 23) y estar unida a su Cabeza, que es Cristo (Ef 4, 15-16), fuente de toda santidad (Dan 9, 24), de donde dimanan los dones del Espíritu Santo y las riquezas de la bondad divina”; y también porque la Iglesia Católica es la única que posee “el culto legítimo del sacrificio y el uso saludable de los sacramentos”, que son “los instrumentos por los cuales Cristo comunica la verdadera santidad”; de tal modo “que no puede haber santos fuera de Ella”.
La Iglesia es santa, a pesar de sus numerosos pecadores El Catecismo concluye: “Ni debe alguno maravillarse de que la Iglesia se llame santa aunque contenga en sí muchos pecadores, porque a la manera que cuantos profesan algún arte retienen el nombre de tales artífices aunque no observen las reglas del arte, así también se llaman santos los fieles (Rom 1, 7) que componen el pueblo de Dios y que se consagraron a Cristo por la fe y el bautismo, aunque pequen en muchas cosas, y no cumplan lo que prometieron”. Siendo de fe que la Iglesia es santa, aunque haya en Ella muchos pecadores junto a los buenos, no es necesario cubrir con un manto de silencio los pecados de sus miembros que se hicieron públicos, y que causan escándalo a los fieles (y hasta a los infieles). En las situaciones históricas en que la inmoralidad del clero se generaliza, y a veces es hasta aceptada como normal por las autoridades eclesiásticas, la denuncia pública de ese cáncer por parte de los fieles es benéfica y puede llegar a ser obligatoria, por tratarse del primer paso para una necesaria reforma. A ese respecto, en el libro Iglesia y hombres de Iglesia, el teólogo pasionista P. Enrico Zoffoli escribe: “No tenemos el menor interés en disimular las culpas de los malos cristianos, los sacerdotes indignos, los pastores viles e ineptos, deshonestos y arrogantes. Sería ingenuo e inútil defender su causa, atenuar su responsabilidad, reducir las consecuencias de sus errores, recurrir a contextos históricos y situaciones singulares para luego explicarlo todo y absolverlos a todos”. * * * Como dijimos, la veracidad y la santidad de la Iglesia Católica no dependen de la virtud de sus hijos, los cuales, por debilidad o por maldad, pueden volverse infieles a su bautismo, a su ordenación sacerdotal, a su consagración episcopal o incluso a su ministerio petrino (la historia registra, lamentablemente, no pocos casos de Papas que dieron gran escándalo). Y eso porque la santidad de la Iglesia proviene de su condición de Cuerpo Místico de Cristo. Basta, por lo tanto, que un “pequeño rebaño” (Lc 12, 32-34) permanezca completamente fiel a las enseñanzas de Nuestro Señor en medio de la corrupción general —como ya sucedió, por ejemplo, en los siglos IV y XI—, para que la Iglesia no solo permanezca santa, sino crezca aun en gracia y santidad, como el Divino Maestro en su vida terrena. En las apariciones de 1848 en La Salette (Francia), la Santísima Virgen dijo que los sacerdotes se habían convertido en cloacas de impureza. Pidamos a María que envíe almas generosas, que día y noche imploren misericordia y perdón para el pueblo, a fin de que Dios se reconcilie con los hombres y Jesucristo sea nuevamente servido, adorado y glorificado.
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