Santoral
Pascua de Resurrección
“Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado […] si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados, de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido” (1 Cor 15, 14-18).
Fecha Santoral Marzo 31 Nombre
La Palabra del Sacerdote ¿Cuál es el día más importante del año en el calendario litúrgico?

PREGUNTA

He leído, si no me equivoco en esta revista, que el día más importante del año, en el calendario religioso del catolicismo, es el de la Anunciación y Encarnación del Verbo de Dios (25 de marzo). Pero también he leído que es Navidad, o incluso el día de la resurrección de Cristo. ¿Cuál es, después de todo, la principal celebración de la Iglesia? ¿Podría aclarármelo?

Creo que esta cuestión interesará también a los demás lectores de la excelente columna que usted escribe mensualmente para Tesoros de la Fe.

RESPUESTA

Padre David Francisquini

La interesante pregunta de nuestro lector viene al caso, pues incluso el Papa Francisco, con motivo de una audiencia general el 28 de marzo de 2018, preguntó: “¿Qué fiesta es la más importante para nuestra fe: la Navidad o la Pascua?”. Y confesó: “Hasta los quince años, yo creía que era la Navidad”.*

Pero si en aquel tiempo el futuro pontífice hubiera consultado los antiguos misales, en los que se indica el grado de solemnidad de cada fiesta, no habría dudado. El Domingo de Resurrección los misales registran: “Solemnidad de las solemnidades - Fiesta doble de primera clase con octava privilegiada”. De hecho, la celebración de la resurrección de Nuestro Señor es la mayor fiesta del año litúrgico.

Como es sabido, cada año la Iglesia renueva en su liturgia la memoria de los acontecimientos de la vida de nuestro Salvador. En la fiesta de la Pascua, celebra el triunfo de Jesús, vencedor de la muerte y del pecado. Es el acontecimiento central de toda la historia, el punto al que todo converge en la vida de Nuestro Señor; desde su encarnación en el seno purísimo de la Virgen, y por eso mismo es también la culminación de la vida de la Iglesia en su ciclo litúrgico.

La celebración de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es la mayor fiesta del año litúrgico

La resurrección de Cristo es la prueba más luminosa de su divinidad, porque solo Dios podía decir: “Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla” (Jn 10, 17-18). La fe en la resurrección de Jesús es, por tanto, el fundamento mismo de la fe católica, ya que la Pascua de Cristo —es decir, su paso de la muerte a la vida y de la tierra al cielo— es la consagración definitiva de la victoria que la humanidad ha obtenido, en nuestro Señor, sobre el demonio, el mundo y la carne.

Para corroborar lo anterior, se debe añadir que la predicación del Evangelio se fundamenta en la Resurrección de Cristo, pues el apóstol san Pablo dice: “Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado […] si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados, de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido” (1 Cor 15, 14-18).

La solemnidad de las solemnidades

Noli me tangere – “no me toques” (Jn 17, 20), palabras que Jesucristo dirige a santa María Magdalena después de su resurrección. Detalle de la mampara del coro medieval de la iglesia de Notre-Dame de París (Foto: P. Lawrence Lew OP).

De hecho, etimológicamente Pascua significa “paso”, y en el Antiguo Testamento era la fiesta judía que celebraba la liberación del pueblo elegido de la esclavitud en Egipto. Después de la Resurrección, lo que los cristianos comenzaron a celebrar fue el tránsito de nuestro Señor de la muerte a la vida; y nosotros, redimidos por su preciosísima Sangre, celebramos el paso de la muerte del pecado a la vida de la gracia divina. La virtud de estos misterios opera en los fieles a lo largo de su vida, para hacerlos pasar del pecado a la gracia y luego de la gracia a la gloria del cielo. Como señala con razón el Martirologio Romano, “la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo según la carne es la solemnidad de las solemnidades y nuestra Pascua”.

La Anunciación, anónimo, c. 1420 – Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona

La Encarnación y la Natividad de nuestro Señor Jesucristo son ciertamente fiestas muy importantes, después de la Pascua en términos de solemnidad. Aunque cronológicamente preceden a la Pascua, dependen del ciclo pascual ya que Dios se hizo hombre (Encarnación y Natividad) para que todos pudiéramos participar de su divinidad (Pascua). En la Encarnación del Verbo, el alma de Jesús nació para la vida divina, gozando de la visión beatífica desde el primer instante de su Ser; en su Resurrección, fue su cuerpo el que entró en la gloria de Dios. Al igual que Jesús comenzó su vida mortal naciendo de modo milagroso del seno materno de María Santísima, así también comenzó su vida gloriosa resurgiendo milagrosamente del Sepulcro.

Por eso, además de celebrarse la Resurrección todos los domingos desde el inicio del cristianismo (a diferencia del judaísmo, que sigue celebrando el sábado), el acontecimiento de la Pascua se instituyó ya en el siglo II como objeto anual de una celebración especial, mientras que la Navidad solo lo sería a partir del siglo IV. En la Iglesia primitiva, la semana de la Pascua era también la gran fiesta de los que habían sido bautizados el Sábado Santo, que recibían la confirmación ese mismo día y hacían la primera comunión. Durante siete días, los “neófitos” eran luego instruidos maternalmente sobre la Resurrección, modelo de nuestra vida sobrenatural, según la enseñanza de san Pablo: “Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Col 3, 1).

El gran domingo

Los tres pastorcitos

El tiempo Pascual es, por tanto, una figura del cielo, una irradiación de la Pascua eterna, el fin último de nuestra existencia, que consiste en conocer, amar y servir a Dios en esta tierra y disfrutar de su Presencia eternamente en el cielo. Y la Iglesia, que lloró en Semana Santa la Pasión de Nuestro Señor, tiene un doble motivo de alegría en la Pascua, sobre todo porque Jesús ha resucitado, pero también porque ha engendrado numerosos hijos por el bautismo. Esta alegría nos hace gozar por adelantado de nuestra propia resurrección y de la entrada en la patria celestial, donde el divino Maestro nos ha preparado un trono. Seremos conducidos a ella por el Espíritu Santo, que nos fue enviado por Él en la fiesta de Pentecostés, como se conmemora cincuenta días después.

Resumiendo todos estos conceptos, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la ‘Fiesta de las fiestas’, ‘Solemnidad de las solemnidades’, como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama ‘el gran domingo’, así como la Semana Santa es llamada en Oriente ‘la gran semana’. El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido” (n° 1169).

Esta primacía de la Pascua tiene repercusiones en el ciclo litúrgico. Mientras que el tiempo de Navidad abarca solo doce días hasta la Epifanía, el tiempo de Pascua cubre los cuarenta días en los que nuestro Señor resucitado permaneció en la tierra hasta su Ascensión, más los diez días hasta Pentecostés (que en griego significa quincuagésimo), más la octava de esta última fiesta hasta la víspera de la fiesta de la Santísima Trinidad. Durante todo este tiempo, el culto de la Iglesia resuena con la alegría del “aleluya”, y en lugar de que los fieles rindan homenaje a la Santísima Virgen con el Ángelus, lo hacemos con el Regina Cœli.

 

 

* Cf. https://www.youtube.com/watch?v=TSorWRKaw-0.

San Paulino de York El Pont Neuf de París
El Pont Neuf de París
San Paulino de York



Tesoros de la Fe N°238 octubre 2021


150 años de la Comuna de París Implacable persecución de la Iglesia
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