Viene muy bien esta petición tras las dos peticiones anteriores ya publicadas, pues es cosa tan justa, que se cumpla en todo perfectísimamente la voluntad del Padre Eterno. Para más despertarnos y conformarnos con esta voluntad, imaginemos a este Padre y Rey de los reyes con título de Esposo amantísimo de nuestras almas. Y a quien considerare este nombre con atención, y entendiere el regalo y favor que dentro de él esconde, sin duda se levantarán en su corazón increíbles deseos de cumplir la voluntad de aquel Señor, que siendo Rey de Majestad (resplandor del Padre, abismo de sus riquezas, y piélago de toda hermosura, fortísimo, poderosísimo, sapientísimo y amabilísimo) quiere ser de nosotros amado, y amarnos con tan regalado amor. [...] Considere las joyas y adornos con que este Esposo suele embellecer a sus esposas, y procure disponer su alma para merecerlas, que no la dejará pobre, desnuda ni desataviada, pídale las que más agradan a su Majestad. Póngase a sus pies con humildad, que alguna vez tendrá por bien este Señor de levantarla con soberana clemencia. [...] Quien esto considerare, ¿con qué dolor verá ofenderle, y con qué alegría servirle? ¿Quién podrá sin lástima ver tal Esposo en la columna, atado, en la cruz enclavado, y puesto en el sepulcro, sin rasgarse las entrañas de dolor? Y por otra parte, ¿quién podrá verle triunfante resucitado y glorioso, sin alegría incomparable? Este día será bueno considerarlo en el huerto, postrado delante de su Eterno Padre, sudando sangre y ofreciéndose a Él con perfectísima resignación, diciéndole: No se haga mi voluntad, sino la tuya. Los actos de este día han de ser de gran mortificación, contradiciendo su propia voluntad, y renovando los [...] buenos propósitos, la fidelidad y las palabras tantas veces prometidas, ante el Soberano de tal autoridad. * Biblioteca de Autores Españoles - Escritos de Santa Teresa, M. Rivadeneyra, Madrid, 1861, t. I, pp. 539-540, con ligeras adaptaciones.
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