Vidas de Santos San Pablo Miki y compañeros mártires

Veintiséis clérigos y laicos católicos, algunos de ellos en la flor de la adolescencia, que dieron su vida por la fe en el Japón

Plinio María Solimeo

Los Mártires de Nagasaki, Escuela Cusqueña, s. XVIII Óleo sobre lienzo, Coro de La Recoleta, Cusco

En el siglo XVI una revolución había dividido el Japón en 66 principados o reinos independientes. Aquella descentralización fue el momento propicio para la implantación del cristianismo. La Providencia suscitó entonces a san Francisco Javier, quien en menos de once años de apostolado en el Oriente bautizó aproximadamente a dos millones de paganos, ganando para la Iglesia lo que ella había perdido en el norte de Europa con el protestantismo. Entre los convertidos a la verdadera fe en el Japón, había reyes, bonzos (sacerdotes paganos), generales y gentilhombres de corte, así como personas de todos los estratos sociales.

A san Francisco Javier le sucedieron otros sacerdotes de la Compañía de Jesús, que siguieron con el mismo ardor los pasos del santo apóstol. Durante 40 años el cristianismo floreció en la tierra del Sol Naciente.

Conversiones al cristianismo, a pesar de las persecuciones

En 1582, un hombre de origen oscuro consiguió imponerse como emperador bajo el nombre de Taikosama, reduciendo a los demás reyes al papel de meros lugartenientes, que él relevaba a su capricho.

En un comienzo Taikosama favoreció el cristianismo. Pero poco a poco fue siendo seducido por los enemigos de la religión, los cuales alegaban que ella acabaría por gobernar en su lugar, entregando el Japón a los españoles. Los jesuitas recibieron entonces la orden de expulsión del país que debía ejecutarse en un plazo de seis meses. Mientras tanto, con cautela y privadamente, los misioneros continuaron su apostolado.

Así corrieron los eventos hasta 1587 —cuando más de 200 mil japoneses ya habían abrazado la fe—, año en que fue promulgado un nuevo edicto imperial de proscripción de la religión cristiana. Veintiséis residencias de misioneros y 140 iglesias fueron entonces destruidas. Los 130 jesuitas que estaban en el país tuvieron que esconderse y disminuir sustancialmente su actividad apostólica para no provocar a las autoridades. Ese apostolado clandestino surtió efecto, pues, de 1587 a 1597, cuando la persecución se volvió sangrienta, hubo más de cien mil conversiones a pesar de la prohibición.1

Con base en meras sospechas, se desata la tormenta

Esta era la situación cuando, en 1593, siete franciscanos provenientes de Filipinas, se establecieron en el Japón por orden de Felipe II, rey de España, fundando dos monasterios. Lo cual contrariaba la directriz del Papa, que había encargado la evangelización del país a los jesuitas. Estos hijos de San Francisco iniciaron entonces diligentemente su trabajo de caridad y evangelización, predicando públicamente, en violación al edicto imperial.

La situación empeoró cuando el galeón español San Felipe zozobró en las costas del país del Sol Naciente. Como transportaba piezas de artillería, levantó las sospechas de las autoridades japonesas sobre las verdaderas intenciones de los españoles, sospechas que se hicieron extensivas a los religiosos.

El emperador fue entonces implacable: condenó a muerte a los franciscanos y a los de su casa; un total de 21 personas, tres de las cuales eran adolescentes. A ellos se les unieron tres jesuitas, sumando el número de 24 personas condenadas.

Valentía de los héroes de la fe

Estos confesores de la fe debían ser trasladados de Kyoto a Nagasaki, donde serían martirizados, tras una marcha forzada de casi mil kilómetros. Pero antes, los verdugos, en un refinamiento de crueldad, les cortaron el lóbulo de la oreja izquierda a cada uno de los condenados, que sangrando dieron comienzo a la penosa marcha.

Sin embargo, en el largo trayecto bajo el gélido frío del invierno japonés, los confesores de la fe dieron muestras de tanta constancia y alegría, que los propios paganos demostraban simpatía y admiración con relación a ellos.

Sucedió entonces que dos heroicos cristianos, los hermanos Pedro y Francisco Sukechiro, que seguían a los condenados a fin de asistirlos en sus necesidades, fueron apresados e incluidos en el número de los condenados, elevando así su número a veintiséis.

Veamos en unas rápidas pinceladas quienes eran algunos de los mártires.

Martirio de los jesuitas en el Japón, Sebastián de Herrera Barnuevo, s. XVII – Óleo sobre lienzo, Colegiata de San Isidro, Madrid

Los mártires jesuitas

El más conocido es san Pablo Miki, oriundo de una familia noble y educado por los jesuitas desde los once años de edad. A los 22 ingresó al Seminario de la Compañía, “por causa de la devoción de esta a la Santísima Virgen y del celo apostólico que en ella admiraba”.2 Por su ciencia, modestia y elocuencia, fue destinado a la predicación antes de ser ordenado presbítero, obteniendo grandes frutos.

Durante el largo viaje a camino del martirio, Pablo Miki no cesaba de exhortar a sus compañeros a la constancia, y a sus guardias paganos para que abracen el cristianismo.

En el momento de su crucifixión, exclamó: “La sentencia del juicio dice que estos hombres vinieron a Japón procedentes de Filipinas, pero yo no procedo de otro país. Soy un verdadero japonés. La única razón por la que soy asesinado es porque he enseñado la doctrina de Cristo. Efectivamente, he enseñado su doctrina. Le doy gracias a Dios porque muero por ello. Creo que antes de morir solo digo la verdad. Sé que me creen y les repito una vez más: pídanle a Cristo que los ayude a ser felices. Yo le obedezco. Según el ejemplo de Cristo perdono a mis verdugos, no los odio. Le pido a Dios que tenga compasión de ellos y espero que mi sangre se derrame sobre mis compañeros como una lluvia fructífera”.3

San Juan Soan de Gotoo había sido bautizado siendo niño. Estudió con los jesuitas y quiso ser admitido en la Compañía de Jesús, pero era muy joven. Por eso se hizo catequista mientras aguardaba. Poco antes de ser crucificado, viendo a su padre entre la multitud, le dijo: “Bien ves, padre y señor, que no hay en el mundo cosa tan amable que se no deba sacrificar por la salvación eterna. Yo tengo la ventura de dar la vida por la fe; agradece mucho al cielo este gran beneficio que él nos hace, a mí y a ti”.4 Tenía apenas diecinueve años de edad.

El tercer laico cercano a los jesuitas se llamaba Diego Kisai. Bautizado en la juventud, se distinguía por la piedad y celo apostólico. Se casó y vivió ejemplarmente, pero su esposa apostató. Diego entonces la dejó y se encargó de la educación en la fe de su único hijo, yendo a vivir con los jesuitas como portero y catequista a los 64 años de edad.

Estos dos mártires pudieron confesarse con el P. Pasio, misionero presente en la ejecución, a través del cual hicieron, en artículo de muerte, los votos en la Compañía de Jesús, y Diego como hermano lego.

Los mártires franciscanos

Los seis franciscanos martirizados fueron los padres Pedro Bautista, Martín de Aguirre y Francisco Blanco, y los hermanos legos Francisco de San Miguel, Gonzalo García y Felipe de Jesús. Los 17 laicos incluidos en la condenación, ayudaban en la catequesis o en los oficios divinos. Casi todos eran terciarios franciscanos. De ellos, tres eran extremadamente jóvenes, como dijimos.

San Pedro Bautista Blásquez.- Nacido en España, fue misionero en la India y superior del convento de su Orden en las Filipinas. Encabezó el grupo en el Japón. Consta que tenía el don de los milagros.

San Martín Aguirre de la Ascensión.- También español, fue escogido para la misión en el Japón por hablar bien el japonés.

San Francisco Blanco.- Asistiendo al fervor con el cual los japoneses se disputaban la felicidad de morir por Jesucristo, este otro garboso español exclamó: “Tengo vergüenza de mí mismo viendo a hombres que tan recientemente entraron en el seno de la Iglesia mostrar tal valentía frente a la muerte”.5

San Felipe de Jesús de Las Casas.- Nacido en México de padres españoles, después una vida agitada se hizo franciscano. El navío que lo conducía de Filipinas a México aportó en el Japón en el preciso momento en que los franciscanos eran arrestados. Con eso obtuvo la gloria del martirio a los 23 años de edad, habiendo sido el primero en morir, de tres lancetadas.

San Gonzalo García.- Hermano lego nacido en Bazaín, en la India Portuguesa, de padre lusitano y madre india. Como había sido antes mercader, conocía bien la lengua japonesa, razón por la cual fue llevado para la misión en el país. Era un excelente predicador. De lo alto de la cruz exhortaba a los japoneses a abrazar la religión de Jesucristo.

San Francisco de San Miguel.- Español y también hermano lego, fue favorecido con el don de los milagros. En el Japón se destacó como el franciscano que obtuvo el mayor número de conversiones, a pesar de no ser sacerdote.

San Felipe de Jesús, protomártir mexicano. Iglesia de San Antonio de Padua, Puebla

Los mártires adolescentes

Entre los laicos que vivían con los franciscanos, había tres adolescentes:

San Luis Ibaraki.- Niño de apenas once años, era monaguillo. Por ser muy joven, no estaba en la lista de los condenados. Pero lloró tanto, que fue necesario incluirlo. En Nagasaki, un pagano, al verlo que era condenado a muerte a tan joven edad, le propuso que renunciara a la fe para salvarse. El chico respondió: “Al contrario, eres tu quien debe volverse cristiano, pues no hay otro medio de salvación”.6

San Antonio de Nagasaki.- De apenas trece años de edad. En el momento del martirio, sus padres, que también eran cristianos, le exhortaron a no morir, sino aguardar y confesar la fe a edad más avanzada. A lo que él respondió: “Cesad esos consejos, no expongan nuestra santa fe a la burla y al menosprecio de los paganos”.7

Santo Tomás Kozaki.- Tenía catorce años de edad y era hijo de Miguel Kozaki, que también sufrió el martirio.

*       *       *

Para tener una idea del fervor con que estos héroes cristianos procuraban el martirio, citemos un ejemplo. Había en el convento de los franciscanos un cristiano llamado Matías, que era el proveedor. Cuando la policía fue a buscarlo, él estaba ausente. Pero un cristiano de la vecindad, que tenía el mismo nombre, se presentó a los soldados diciendo: “Aquí tienen a un Matías; no soy el que buscáis; pero también soy cristiano y amigo de los padres”. Fue entonces aprehendido en lugar del otro y recibió la corona del martirio.

Estos genuinos héroes de la fe —cuya festividad la Iglesia celebra el día 7 de febrero— fueron canonizados el 8 de junio de 1862, fiesta de Pentecostés, por el beato Papa Pío IX.

 

Notas.-

1. Cf. Thomas Kennedy, Nagasaki, in The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.

2. P. José Leite SJ, San Pablo Miki, S. Pedro Bautista y compañeros mártires, Santos de cada día, Editorial A.O., Braga, t. I, p. 187.

3. http://www.americancatholic.org/Features/Saints/saint.aspx?id=1283.

4. P. José Leite, op. cit., p. 189.

5. Mons. Paul Guérin, Les Vingt-six Martyrs du Japon, in Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, tomo X, p. 314.

6. Id., ib., p. 316.

7. Id., ib.

El Islam y el suicidio de Occidente El Castillo de Coca
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Tesoros de la Fe N°206 febrero 2019


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