Página Mariana Fiesta de la Purificación de María Santísima

La Purificación, s. XV – Miniatura de las Très Riches Heures du Duc de Berry f. 54v, Museo Condé, Chantilly

El día 2 de febrero, la sagrada liturgia conmemora uno de los episodios más gloriosos de la vida de la Madre de Dios: su Purificación

Dom Próspero Gueranger

En el Antiguo Testamento, la ley del Moisés mandaba que las mujeres de Israel, después de su alumbramiento, permaneciesen cuarenta días sin acercarse al templo; terminado este plazo, debían ofrecer un sacrificio para quedar purificadas. Consistía este en un cordero, destinado a ser consumido en holocausto; a él debía juntarse una tórtola o una paloma, ofrecidas por el pecado.

Y si la madre era tan pobre que no podía disponer de un cordero, había permitido el Señor que lo reemplazase por otra tórtola u otra paloma.

Otro precepto divino declaraba propiedad del Señor a todos los primogénitos, y ordenaba la manera de rescatarlos. El precio del rescate era de cinco piezas de plata llamadas siclos.

Obediencia de Jesús y de María

María Santísima, que pertenecía al pueblo de Israel, había dado a luz. Jesús era su primer y único hijo. ¿El respeto debido a tal nacimiento y a tal primogénito admitiría el sometimiento a la ley ritual?

Si María consideraba las razones que llevaron al Señor a obligar a las madres a purificarse, podía ver claramente que aquella ley no estaba hecha para ella. ¿Qué relación podía tener con las esposas de los hombres Ella, que era el purísimo santuario del Espíritu Santo, Virgen al concebir a su Hijo, Virgen en su inefable alumbramiento, siempre pura, pero aún más pura después de haber llevado en su seno y haber dado al mundo al Dios de toda santidad?

Si miraba la condición de su Hijo, aquella majestad del Creador y del soberano Señor de todas las cosas, que se había dignado nacer de ella, ¿cómo podía pensar que semejante Hijo pudiera estar sujeto a la humillación del rescate?

Sin embargo, el Espíritu que moraba en María, le revela que debe cumplir con este doble precepto. Y en un acto supremo de humildad, la Esposa fidelísima del Espíritu Santo, acude al templo de Jerusalén, para rescatar a su primogénito como si fuera una simple y común madre israelita.

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción—y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él (Lc 2, 22-4)

Preparación para el matrimonio El hombre mediocre
El hombre mediocre
Preparación para el matrimonio



Tesoros de la Fe N°254 febrero 2023


Presentación del Niño Jesús El cuarto misterio gozoso del santo rosario
Febrero de 2023 – Año XXII Respeto a la autoridad legítima Cristo en la tempestad del mar de Galilea Urge una encíclica que condene la “teoría de género” Preparación para el matrimonio Fiesta de la Purificación de María Santísima El hombre mediocre La milicia angélica Beato Pío IX Espíritu de fe y laicismo en el arte funerario



 Artículos relacionados
El matrimonio feliz La mesa familiar, el crucifijo y la cuna. En el presente artículo trataremos de los dos primeros; dedicaremos un artículo aparte para la tercera cosa: la cuna...

Leer artículo

Sobre el uso del agua bendita Entre los sacramentales, el agua bendita ocupa un lugar destacado. El uso del agua como medio de purificación ha estado presente desde los albores del pueblo elegido...

Leer artículo

San Gregorio de Nisa Este ilustre Doctor de la Iglesia, junto con su hermano mayor, san Basilio Magno, y su gran amigo, san Gregorio Nacianceno, son los llamados “Padres Capadocios” o “Lumbreras de Capadocia”, por su santidad, doctrina y ortodoxia...

Leer artículo

La Revolución Francesa: Heredera del protestantismo y del neopaganismo renacentista El odio a todas las desigualdades llevó a una minoría revolucionaria al terror sanguinario de la Revolución Francesa. El mismo proceso revolucionario prosigue hoy en todo el mundo, y el conocimiento de esta revolución paradigmática nos ayuda a enfrentarlo con eficacia...

Leer artículo

Nadie puede servir a dos señores Quienes buscan servir a dos señores son mucho más peligrosos y más funestos que los enemigos declarados, no sólo porque los secundan en sus esfuerzos, sino también; porque toman una apariencia de integridad y de doctrina irreprochable...

Leer artículo





Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino

×