La dignidad de la divina maternidad de María es incomparablemente superior a la dignidad sacerdotal Fray Antonio Royo Marín OP
Algunos predicadores —como san Bernardino de Siena, el padre Monsabré, etc.— exaltando en demasía las glorias del sacerdocio, llegaron a decir que la dignidad del sacerdote es mayor que la de la Santísima Virgen. He aquí un párrafo del P. Monsabré en una de sus famosas conferencias en Nuestra Señora de París: “Aún más señores: con uno de los cantores más piadosos, más entusiastas, más gloriosos de las grandezas de María, san Bernardino de Siena, me atrevo a decir que el sacerdote aventaja en su poder a la más perfecta y santa de las criaturas, a la misma Virgen: Excedit sacerdotalis protestas Virginis potestatem (Serm. 20). “María no nos dio más que una vez a su divino Hijo; el sacerdote nos lo da todos los días. “María nos dio a Cristo pasible y mortal; el sacerdote nos lo da glorioso e inmortal. María nos dio a Cristo que se podía ver, oír y tocar; el sacerdote nos da a Cristo que se puede comer e incorporar con nosotros. “María intercede y pide para nosotros la gracia; el sacerdote la derrama en nuestras almas. “María exclama: ¡Piedad para el pobre pecador!; el sacerdote dice: Yo te absuelvo. “María es una omnipotencia suplicante; el sacerdote es una omnipotencia agente”. Estos argumentos, a primera vista tan impresionantes, carecen de fuerza para probar lo que pretenden. He aquí las razones que los echan completamente por tierra: a) María, por su maternidad divina, pertenece al orden hipostático (relativo), y este orden está mil veces por encima —en dignidad— de todo el orden de la gracia y de la gloria; luego por encima no solo del sacerdote, sino incluso del sacramento mismo del Orden, en virtud del cual es sacerdote el que lo recibe. b) María, por su maternidad divina, trajo al mundo al Verbo encarnado engendrándolo. El sacerdote se limita a ponerlo sacramentalmente sobre el altar, pero ni lo engendra, ni su acción consecratoria recae sobre el mismo Cristo, sino sobre el pan y el vino, que se convierten en Cristo. c) María dio una sola vez a Cristo el ser natural como Hombre-Dios. El sacerdote le da únicamente
d) El hecho de que el sacerdote nos dé a Cristo impasible e inmortal no depende ni es producido por el sacerdote, sino porque este es el estado actual de Cristo resucitado y glorioso. Mientras que aquel Cristo “pasible y mortal” —que, en definitiva, es el mismísimo Cristo glorioso e impasible, no otro— fue producido realmente por María en virtud de su divina maternidad bajo la acción del Espíritu Santo. La diferencia a favor de María es enorme. e) El Cristo sacramentado que nos da el sacerdote podemos comerlo, es verdad. Pero no podríamos hacerlo si María no lo hubiera traído al mundo. María hizo posible la futura Eucaristía, sin cuyo consentimiento no se hubiera producido jamás el milagro eucarístico. María “consagró” a Cristo —por decirlo así— en sus virginales entrañas con una sola palabra: Fiat!. El sacerdote consagra el pan y el vino, que se convierten en Cristo por las palabras consecratorias. f) María no puede pronunciar directamente las palabras de la absolución sacramental, puesto que Ella no es sacerdote. Pero como mediadora de todas las gracias alcanza de Dios para el pecador el arrepentimiento o dolor de sus pecados, sin cuyo arrepentimiento las palabras de la absolución que pronuncia el sacerdote serían del todo inútiles y estériles (el pecador no arrepentido no recibe válidamente la absolución). En este sentido, la acción de María en orden a la absolución del pecador es mucho más profunda y eficaz que la del mismo sacerdote, ya que con la sola gracia del arrepentimiento, sin la absolución (en caso de no poder recibirla), podría salvarse el pecador, mientras que sin la gracia de la perfecta contrición (obtenida por María, Mediadora de todas las gracias), el pecador en pecado mortal no podría salvarse aunque recibiera la absolución del sacerdote, que resultaría inválida. g) En cuanto a que María sea una omnipotencia suplicante, mientras que el sacerdote es una omnipotencia agente, ya se ve que es una manifiesta exageración y un verdadero error (aplicado al sacerdote). El sacerdote no posee ninguna clase de “omnipotencia”, ni agente ni suplicante, sino que actúa como simple causa instrumental de Dios, que es quien crea las gracias que reciben los hombres. María, en cambio, aunque tampoco es omnipotente por sí misma —puesto que la omnipotencia es un atributo divino que corresponde exclusivamente al Creador—, obtiene todo cuanto quiere de Dios por haber depositado Él en Ella los tesoros inmensos de su propia divina omnipotencia. Por eso se llama a la Virgen, y lo es en realidad, la Omnipotencia suplicante, cosa que de ningún modo se puede decir del sacerdote. * * * En resumen: que la dignidad de María como Madre de Dios es incomparablemente superior a la del sacerdote. Ella no fue ni es sacerdote, por no haber recibido el sacramento del Orden, reservado por Dios a los hombres, excluidas las mujeres; pero fue la Madre del Sumo y Supremo Sacerdote, Cristo nuestro Señor, y fue asociada por Él a su misma obra sacrificial y redentora, como veremos al hablar de la corredención mariana. María forma parte intrínseca del sacrificio redentor, mientras que el sacerdote se limita a reproducirlo de manera extrínseca y puramente instrumental al celebrar la santa misa. No se puede comparar una cosa con la otra.
* Antonio Royo Marín OP, La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid, 1947, p. 109-111.
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