Católicos peruanos adhieren a mensaje de filial solidaridad al Papa
Ciudad del Vaticano Beatísimo Padre, Los firmantes, fieles católicos peruanos, de rodillas ante vuestra Sagrada Persona, venimos a presentar a Vuestra Santidad nuestra profunda y sincera solidaridad ante las viles calumnias y torpes ataques de los que ha sido víctima en estas últimas semanas. Con una hipocresía que tiene pocos antecedentes en la Historia, los mismos intelectuales, líderes políticos y órganos de prensa y televisión que sistemáticamente destruyen la inocencia de nuestros niños y adolescentes —por la difusión incesante de pornografía y la promoción de una cultura en la cual “es prohibido prohibir”— hoy se rasgan las vestiduras delante del abuso sexual de menores practicado por un cierto número de sacerdotes y religiosos indignos. Peor aún: tales corrientes llamadas “avanzadas”, ¡osan culpar por esos abusos innobles a la propia Iglesia, la cual, por su incesante predicación de la moral evangélica, no solamente irguió al mundo pagano del lodazal de una corrupción moral desenfrenada, sino que fue el baluarte de la virtud de la pureza a lo largo de veinte siglos! ¿Qué autoridad intelectual y moral tienen tales agresores para exigir la abolición del celibato eclesiástico, —ellos que glorifican la promiscuidad sexual desde la más tierna edad; ellos que distribuyen preservativos a niños, incitándoles a practicar el “sexo seguro”; que corrompen almas inocentes con sus “clases de educación sexual” pautadas por una visión hedonista y disoluta de la sexualidad; y que promueven las relaciones homosexuales, al punto de desear disminuir la edad legal de consentimiento para las mismas?
Santo Padre, los iberoamericanos somos un pueblo intuitivo que sabe leer el fondo de los corazones: no nos dejamos engañar por las falacias del creciente estruendo publicitario que, en la persona del Papa, en verdad procura derribar al estandarte que él empuña; o sea, la bandera inmaculada de las enseñanzas morales de Aquel que es, para la humanidad entera, “el Camino, la Verdad y la Vida”. Los promotores de la ofensiva publicitaria quieren evitar que los hombres de hoy, desengañados de las falaces promesas de felicidad atea de los heraldos de la “modernidad”, vuelvan su atención a la enseñanza tradicional de la Iglesia, incluidas vuestras oportunas denuncias de la “dictadura del relativismo” que, en nombre de la idolatría del hombre, apunta a eliminar cualquier freno a la libertad, legalizando el aborto y la eutanasia, favoreciendo las relaciones prematrimoniales, el divorcio y el pseudo “casamiento” entre personas del mismo sexo. Los que fomentan esos ataques contra Vuestra Santidad desean, en realidad, silenciar vuestra voz, porque ella se yergue para defender las raíces cristianas de la civilización occidental y para reivindicar el derecho de la Iglesia Católica a intervenir en el debate público respecto a las grandes cuestiones culturales y sociales contemporáneas, a la luz del Evangelio. Lo cual contraría los planes de aquellos que, en nombre del laicismo de Estado, quieren hasta eliminar de los lugares públicos el más sagrado símbolo religioso —el crucifijo, que nos recuerda la Pasión y Muerte de nuestro Divino Redentor. Los diseminadores de las falsas acusaciones de que Vuestra Santidad habría encubierto —en Munich o en la Curia romana— a los que cometieron abusos contra niños, paradójicamente son aquellos mismos que se indignaron con vuestra Instrucción de 2005, prohibiendo el acceso a los seminarios de candidatos con arraigada tendencia homosexual, o sea, los candidatos que tienen mayor probabilidad estadística de llegar a abusar sexualmente de adolescentes o de niños.
Santo Padre: nosotros, católicos peruanos, sabemos leer en las entrelíneas de los noticiarios el significado más profundo del debate en curso. Y, fieles a las enseñanzas perennes de la Santa Iglesia, adherimos de todo corazón a los “valores no negociables” promovidos por Vuestra Santidad, es decir: — la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural; — la sacralidad de la familia fundada sobre el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer; y — el derecho de los padres de educar a los hijos e inculcarles los principios morales y religiosos verdaderos. Al manifestar nuestro total repudio a la innoble campaña de calumnias contra vuestra Sagrada Persona y al expresarle nuestra solidaridad, no somos movidos apenas por el sentimiento filial que anima a los fieles católicos al ver al dulce Vicario de Cristo en la Tierra atacado por las huestes del mal. Bien sabemos que Ubi Petrus, ibi et Ecclesia (“Donde está Pedro, allí está la Iglesia”) Por eso, queremos hacer al mismo tiempo un acto de fe en la Iglesia Católica y, en particular, en aquellas enseñanzas perennes de su Magisterio que la “dictadura del relativismo” desea ver eliminados de nuestra legislación y de nuestras vidas. Santidad, en medio de la borrasca, los corazones de millones de peruanos lo acompañarán en su valerosa defensa de los derechos de Dios y de los “valores no negociables”, con sus oraciones, con su fervor filial y con la energía que les viene del Sacramento de la Confirmación que los transformó en auténticos soldados de Cristo. Bien sabemos, Santidad, y es con dolor que lo decimos, que en este momento en que la Iglesia debería enfrentar firme y cohesa la tempestad que se anuncia, sin embargo se ve debilitada en su elemento humano por la acción de corrientes que en ella se infiltraron, y que llevaron a las impresionantes lamentaciones de Vuestro Predecesor Paulo VI cuando dijo que “la humareda de Satanás” había penetrado en el Templo de Dios, refiriéndose además a un misterioso proceso de “autodemolición” en curso, después del último Concilio.
Recordaremos entonces la visión profética que la misma Jacinta tuvo en el último período de su corta existencia y que la hizo sufrir tanto:
¿Estará llegando esa hora? La pregunta se impone y, por eso, con los mismos sentimientos de Jacinta, pedimos a la pequeña vidente y a la Virgen de Fátima que intercedan ante Nuestro Señor Jesucristo y obtengan para Vuestra Santidad señaladas gracias de discernimiento y fortaleza, con las cuales pueda dirigir la Barca de Pedro con mano segura, en medio del “tsunami” publicitario, mediante el que pretenden hundirla. Esfuerzo vano, porque sabemos que, conforme a la promesa indefectible de Nuestro Señor, al fin “portae inferi non praevalebunt” (las puertas del infierno no prevalecerán contra ella). Al elevar a Dios esa plegaria desde lo más hondo del corazón, depositamos a los pies de Vuestra Santidad nuestros más respetuosos y filiales homenajes.
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