Príncipe y Mártir
Hijo del rey visigodo de España, fue muerto por su padre por odio a la fe católica. Su martirio provocó la conversión de toda la nación visigoda a la verdadera religión. Plinio María Solimeo La vida de San Hermenegildo (564-585) fue narrada por cuatro de sus contemporáneos: Juan de Biclaro, historiador español; San Isidoro de Sevilla, en su Historia de los Godos y de los Suevos; San Gregorio de Tours, en su Historia de los Francos; y el Papa San Gregorio Magno, que la conoció a través de peregrinos españoles en viaje a Roma y la trascribe en sus Diálogos. Los visigodos arrianos en España La dominación de los visigodos en España duró casi dos siglos. Y, siendo ellos herejes arrianos, reinaba la persecución religiosa contra los católicos. La fe ortodoxa fue entonces perseguida como nunca antes, ni siquiera como en la época de los emperadores romanos. “Fue gran milagro, sin duda, que el odio sectario de los conquistadores no lograse vencer la constancia de los católicos, y que España toda no se viera arrastrada a una apostasía general. La herejía no logró sino aumentar el número de mártires”.1 Del primer matrimonio de Leovigildo, rey de los visigodos de España (569-586), con una princesa de la cual no se guardó el nombre, nacieron dos hijos: Hermenegildo y Recaredo. Estos fueron educados en la doctrina arriana del padre, que se casó en segundas nupcias con Gosvinda, viuda del rey Atanagildo de Austrasia, furibundamente arriana. En 579 Hermenegildo se casó con Ingunda, hija de Sigisberto de Austrasia y de su esposa Brunequilda, hija del primer matrimonio de Gosvinda. Nieta, por lo tanto, de Gosvinda, con el matrimonio Ingunda se volvió también su nuera. Como a ejemplo de sus padres Ingunda era decididamente católica, Gosvinda tomó como punto de honra pervertirla al arrianismo. Al comienzo con dulces palabras y por medio de la persuasión. Pero como esto no surtió efecto, pasó a utilizar la fuerza. Así, un día quiso que ella reciba el bautismo arriano. Ingunda le respondió: “que le bastaba haber sido bautizada una vez y regenerada en nombre de la Trinidad Santísima, en la cual adoro las tres Personas iguales en un todo. Esa es la creencia de mi alma y jamás de ella me apartaré”. Gosvinda la agarró entonces de los cabellos, la maltrató como pudo, y, con la ayuda de algunas sirvientas, la arrastró hasta un estanque, donde le administró a la fuerza un bautismo sacrílego. Se trató de un remedo de bautismo doblemente inválido: realizado a la fuerza y sin invocar a Santísima Trinidad, en la cual los arrianos no creían porque negaban la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Hermenegildo abjura de la herejía Muy entristecido con esa actitud de la esposa, el rey Leovigildo envió a la joven pareja a Bética (correspondiente más o menos a la actual Andalucía), nombrando a Hermenegildo gobernador. Otros dicen que fue para aquella región con el título de rey. Irritado por un lado con el salvaje tratamiento dispensado por la madrastra a su esposa, y benéficamente influenciado por otro lado por los habitantes hispano-romanos de Bética —masivamente católicos y con tensas relaciones con los visigodos arrianos—, Hermenegildo, a causa de tal ambiente sumado al apostolado de la esposa y de San Leandro, arzobispo de Sevilla, abjuró de la herejía arriana, convirtiéndose en un sincero católico. Declaración de guerra del padre al hijo Al saber de la conversión de su hijo, Leovigildo lo intimó a comparecer en Toledo a su presencia. En seguida (580) convocó un concilio de obispos arrianos en esa ciudad, en el cual, para atraer a los católicos, fue decretado que de ahí en adelante no sería más necesario rebautizarse para pasar al arrianismo. También, a pedido del rey y con el mismo fin, se redactó una nueva profesión de fe. El propio rey dio ejemplo de tolerancia religiosa al ir junto con los católicos a venerar las reliquias de los mártires. Pero estos no se dejaron engañar. Tanto más que en el referido concilio herético el rey visigodo declaró su intento de unificar la península bajo el arrianismo. La conversión de su hijo vino a entorpecer sus planes.2 Sabiendo de la presión que sufriría en Toledo para hacerlo renegar de la verdadera fe, Hermenegildo se negó a comparecer ante su padre. Este vio en esa actitud una declaración de guerra y preparó sus ejércitos para ir en su búsqueda. A su vez, para enfrentar al poderoso ejército real, Hermenegildo se alió con los bizantinos, que dominaban la región sur-oriental de España, y también llamó en su ayuda a Miro, rey de los suevos de Galicia.
Después comprar la neutralidad de Bizancio, Leovigildo arrebató en un ímpetu Mérida. Compró después a Miro y, libre de esos escollos, se preparó para el asalto final a Sevilla. Esta le resistió por dos años (583-584), al cabo de los cuales, por falta de víveres y munición, cayó bajo el poder real. Después enviar a la esposa y al hijo a Constantinopla, para que colocados bajo la protección del emperador bizantino estuviesen a salvo de los azares de la guerra, Hermenegildo huyó hacia Córdoba, refugiándose en una iglesia. Lugar considerado sagrado ya en aquella remota época, Leovigildo no quiso violar el derecho de asilo en la iglesia. Mandó entonces a su hijo Recaredo a hablar con su hermano, y este lo convenció a entregarse al padre, prometiéndole el perdón. Efectivamente el rey apareció, abrazó al hijo y lo llevó a Toledo. Pero, poco después, lo apresó y lo mandó inicialmente a Valencia y después a Tarragona. En el Sábado Santo de 586 el prisionero pidió para confesarse y recibir la Sagrada Comunión de un obispo católico. Pero quien apareció fue un obispo arriano, que vino a traerle la comunión y ofrecerle la gracia paterna, caso abjurase del catolicismo. En la prisión, recibe la gracia del martirio Así narra lo sucedido el Papa San Gregorio Magno: “Llegó la festividad de la Pascua, y en aquella noche el pérfido rey Leovigildo envió un obispo arriano a la cárcel, para que su hijo recibiese la comunión del sacratísimo cuerpo de Cristo de la mano sacrílega de aquel hereje, prometiéndole admitirle en su gracia si lo aceptaba. El santo joven, aunque estaba atado y afligido en el cuerpo, estaba libre y despierto en la alma. Y, estimando en más la gracia de Dios que la de su padre, echó de sí al obispo arriano, reprendiéndole y diciéndole las palabras que merecía oír”.3 Poco tiempo después el rey, irritado, mandó a un hombre llamado Sisberto a la prisión, quien con un hacha cercenó la cabeza de Hermenegildo. San Gregorio dice que, en el silencio de la misma noche del martirio, sobre el cuerpo del mártir se oyó una música celestial y resplandecieron muchas luces. Un impresionante milagro de San Hermenegildo consistió en la media conversión de su padre. Media conversión, pues no se completó con la abjuración pública del arrianismo. Con mucho dolor y arrepentimiento por lo que había hecho —“mas no de manera que le aprovechase para alcanzar la salvación eterna”, dice el Sumo Pontífice— reconoció que la fe católica era verdadera, “pero no se atrevió a confesarla públicamente, por temor de sus súbditos y por no perder el reino”. Sin embargo, encomendó a San Leandro que velara por su hijo Recaredo, que debía sucederle en el trono. Poco después murió. “Este cambio maravilloso —narra San Gregorio— no se habría realizado de ningún modo si Hermenegildo no hubiera derramado su sangre por la verdad”.4
La post historia de San Hermenegildo Siguiendo los consejos de San Leandro, Recaredo gobernó con prudencia sus Estados. Poco después de ser elevado al trono, abjuró de la herejía arriana y se convirtió al catolicismo, siendo acompañado por todos los visigodos. En el siglo XVI, el Papa Sixto V concedió el oficio de San Hermenegildo a toda España. El mismo fue extendido el siglo siguiente por Urbano VIII a la Iglesia universal. Su fiesta se conmemora el día 13 de abril. Algunos historiadores quisieron privar a San Hermenegildo del título de mártir. Entre ellos el propio San Gregorio de Tours, su contemporáneo, quien afirmó que el santo no debería haberse levantado contra su padre. Se habría equivocado “por haber ignorado… que a quien osa levantarse contra su padre, aunque este sea un hereje, le espera el juicio divino”.5 Otros añaden que su muerte se debió a una sublevación política, aunque las medidas tomadas por Leovigildo hayan sido inspiradas por el odio a la fe católica. Sin embargo, conforme relatan los mismos historiadores, la condición impuesta en casi todas las tentativas de reconciliación hechas por el rey fue de la abjuración de Hermenegildo a la fe católica, a lo que él siempre se opuso con tenacidad. Y fue por ese motivo que el rey dictó su sentencia de muerte. Eso queda muy claro en el relato de San Gregorio Magno, que narra aún los milagros ocurridos poco después del martirio del santo, como prueba de que el mismo fue bien aceptado por el Eterno Padre. Notas.- 1. Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1947, t. II, p. 443.
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Resurrexit! Sicut dixit, alleluia |
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