Monseñor José Luis Villac Pregunta Estimado Mons. Villac: Pido a su reverencia que aclare lo siguiente: ¿Alma y espíritu son expresiones sinónimas? En algunas publicaciones se lee espíritu y alma, dando a entender que serían dos cosas diferentes. Busqué en la Biblia y encontré las dos expresiones en innumerables textos, dándome la impresión que serían, de hecho, sinónimos, pero, en la duda, resolví recurrir a sus luces. En fin, ¿cómo se debe entender esto a la luz de la ortodoxia católica? Respuesta Muy oportuna su pregunta. En efecto, los puestos de periódicos y las páginas de Internet están repletos de publicaciones de bajo quilate, ilustradas con fotografías de espacios siderales fascinantes o amedrentadores, editadas por movimientos esotéricos o de la onda New Age, convidando al crecimiento espiritual con base en la idea de que el hombre sería compuesto de cuerpo, alma y espíritu (o cuerpo, mente y espíritu). Para movimientos como los rosacruces, la teosofía, la antroposofía, ciertas logias masónicas espiritualistas o los seguidores de la cábala mística judaica, “el hombre es un espíritu que habita en un cuerpo y posee un alma”. Esa supuesta dicotomía entre alma y espíritu haría parte del legado griego (psyché=alma; pneuma=espíritu) y de la tradición bíblica (nephesh= alma; ruah=espíritu). Errores gnósticos en los comienzos del Cristianismo Retomando los errores de las religiones orientales y de los gnósticos de los comienzos del Cristianismo, tales corrientes afirman que el espíritu sería la chispa divina, inmortal y eterna que cargamos en lo más profundo de nuestro ser. Según ellas, Dios podría ser comparado a un inmenso dínamo que, al girar vertiginosamente, hubiese desprendido trillones de átomos, cada uno de los cuales equivaldría al espíritu de un hombre, chispa divina aprisionada en un cuerpo. El alma sería así una interfaz, un intermediario entre la parte animal y espiritual del hombre, la cual se desarrollaría paulatinamente y formaría la personalidad de cada individuo. Mientras el cuerpo nos colocaría en contacto con el mundo a través de los cinco sentidos, el alma sería el soporte de nuestros sentimientos subjetivos y de nuestra consciencia; y el espíritu sería la parte más interior de nuestro ser, ligada misteriosamente a aquel inmenso dínamo divino. A partir de esa tricotomía de base —cuerpo, alma, espíritu— cada corriente esotérica hace después una serie de distinciones fantasiosas y emplea un vocabulario sofisticado, basado frecuentemente en términos hinduistas o budistas. El crecimiento espiritual del hombre consistiría en recorrer, a través de un proceso de iniciación de la mano de un gurú y siguiendo diversas técnicas de meditación, un camino de transformación interior, hasta liberarse de las bajezas del cuerpo y “despertar” a la realidad divina inmanente en el hombre, incorporándose plenamente a ella. La corriente “New Age” y la visión holística de la realidad Esas temáticas, que en el pasado estaban reservadas a un pequeño número de iniciados que se reunían en antros nocturnos, salieron a la luz del día y se popularizaron, en Occidente, a fines del siglo pasado por la difusión de la corriente New Age. Las corrientes de esa Nueva Era enfatizaron, en efecto, que todo cuanto existe está conectado intrínsecamente como parte de un único todo, y que por eso es necesario adoptar una actitud holística (del griego holos, todo, totalidad) frente a la realidad y, en particular, al hombre, resaltando que el cuerpo, la mente y el espíritu están íntimamente conexos, porque están incorporados en una única realidad universal. De esa visión holística nacieron muchas de las más populares terapias alternativas hoy ofrecidas al público, las cuales critican la medicina occidental por intentar simplemente curar enfermedades físicas, descuidando así la dimensión mental y espiritual del hombre. Tales terapias permitirían a los pacientes integrarse con las fuerzas del universo y acceder a las partes de sí mismos que ellos alienaron o suprimieron, habilitándolos a lograr experiencias místicas y alcanzar estados alterados de consciencia, de sabor shamánico, que desarrollarían todo su potencial humano. Una diversidad de métodos es empleada en el ámbito del movimiento de salud holístico para alcanzar esa quimérica transformación interior: yoga, reiki, acupuntura, masajes, música y, muy predominantemente, el uso de cristales.
Infiltración de esos errores en los medios católicos Con el debilitamiento de la fe y el olvido de los principios elementales de la filosofía que caracterizan al mundo contemporáneo, no debe extrañar que tales corrientes esotéricas hayan penetrado ampliamente en la sociedad en general y hasta en los más variados medios católicos. Por lo que no es raro encontrar, en nuestras iglesias, publicidad de retiros y cursos de formación o de desarrollo personal que utilizan esas prácticas de meditación, justificándolas en las elucubraciones del jesuita Teilhard de Chardin, según el cual “no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual, somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”… Contrariamente a lo que afirman las corrientes esotéricas arriba mencionadas (y a lo que insinúan las ambigüedades teilhardianas), cada hombre no es una centella divina aprisionada en un cuerpo, sino un ser verdaderamente individual, compuesto de cuerpo y alma, esta última creada directamente por Dios. De hecho, la Iglesia defendió en diversos concilios, y contra varias herejías, el carácter creado del alma humana, así como su inmortalidad y su naturaleza espiritual. La doctrina católica auténtica En lo que toca a la pregunta específica de este mes, el IV Concilio de Constantinopla (869-870) condenó explícitamente el error atribuido a Focio, falso patriarca de Constantinopla responsable por el cisma de Oriente, según el cual el hombre poseería dos almas, una carnal y otra espiritual, correspondiente al espíritu eterno. Dice el referido Concilio: “El Antiguo y el Nuevo Testamento enseñan que el hombre tiene una sola alma racional e intelectiva, y todos los Padres inspirados por Dios y maestros de la Iglesia afirman la misma opinión; hay, sin embargo, algunos que opinan que el hombre tiene dos almas y confirman su propia herejía con ciertos argumentos sin razón” (cf. Denzinger-Schönmetzer, 657). El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece un resumen sintético de la antropología católica, y de las relaciones entre alma y cuerpo, así como la respuesta a la pregunta sobre la razón del empleo indistinto, por las Sagradas Escrituras, de los términos alma y espíritu para designar una misma realidad, o sea, el principio vital del hombre: “362. La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que `Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente' (Gn 2, 7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios. 363. A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16, 25-26; Jn 15, 13) o toda la persona humana (cf. Hch 2, 41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26, 38; Jn 12, 27) y de más valor en él (cf. Mt 10, 28; Mac 6, 30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: `alma' significa el principio espiritual en el hombre. [...] 365. La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la `forma' del cuerpo (cf. Concilio de Viena, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. 366. La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Humani generis, 1950: DS 3896; Paulo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8) —no es `producida' por los padres—, y que es inmortal (cf. Concilio de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final. 367. A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así San Pablo ruega para que nuestro `ser entero, el espíritu [...], el alma y el cuerpo' sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor (1 Ts 5, 23). La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma (Concilio de Constantinopla IV, año 870: DS 657). `Espíritu' significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural (Concilio Vaticano I: DS 3005; cf. Gaudiun et spes 22, 5), y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios (cf. Pío XII, Humani generis, año 1950: DS 3891)”. En efecto, nadie espere encontrar en las Sagradas Escrituras una doctrina metafísica sobre la unicidad del alma. La psicología bíblica es compleja, porque ella es antes que todo práctica y pastoral y, por lo tanto, ilustrada por imágenes, y sólo después religiosa. Eso explica que los textos sagrados se refieran indistintamente al ruah y al nephesh, expresiones etimológicamente muy próximas, significando soplo, respiración, la primera expresa más la idea del espíritu de vida que vivifica todo lo que está en la naturaleza y la segunda, que sirve a veces de pronombre reflexivo, designa de preferencia la personalidad individual. En otros términos, en el lenguaje bíblico, espíritu y alma expresan la misma realidad: el principio espiritual del hombre. Ya en San Pablo (en la Epístola a los Tesalonicenses, por ejemplo), el espíritu se refiere al principio superior y sobrenatural infundido por el bautismo en el alma, es decir, la gracia santificante, las virtudes teologales y los dones infusos. * * * Espero que las consideraciones arriba expuestas hayan servido de aclaración al estimado consultante y a los demás lectores de Tesoros de la Fe. Una lección práctica: en el inmenso caos intelectual y moral del mundo moderno, es necesario ser extremamente vigilante. Y ante la menor expresión sospechosa que levante alguna duda con relación a la fe, consultemos inmediatamente la enseñanza del Magisterio tradicional de la Iglesia Católica, único capaz de transmitir fielmente las palabras de vida eterna de Nuestro Señor Jesucristo. Que la Santísima Virgen María, Sede de la Sabiduría, nos ayude en ese sentido. ♦
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