Figura destacada de la historia del cristianismo. Como madre del emperador Constantino, desempeñó un papel relevante en el redescubrimiento de varios lugares santos en Palestina, y especialmente de la verdadera Cruz de Plinio María Solimeo Flavia Julia Helena, madre de Constantino el Grande, nació a mediados del siglo III, posiblemente en Drépano, en Bitinia (Asia Menor), más tarde llamada Helenópolis, en el golfo de Nicomedia. Sus padres eran de origen humilde. San Ambrosio se refiere a Helena como una buena stabularia, que podría traducirse como “criada de cuadra” o “posadera”. Sin embargo, se convirtió en la esposa legítima de Marco Flavio Valerio Constancio Herculio (250-306), más conocido como Constancio Cloro, que significa Constancio el Pálido, quien fue gobernador de la provincia de Dalmacia y posteriormente elegido como uno de los dos césares de la tetrarquía instaurada por el emperador Diocleciano. Ocupó este cargo desde 293 hasta 306, año en que murió repentinamente. Los historiadores sugieren que Constancio conoció y se casó con Helena mientras servía en Asia Menor bajo las órdenes del emperador Aureliano en la campaña contra Zenobio. Su único hijo, Constantino, que reinó del 306 al 337, nació en Naissus, en la Alta Moesia, un 27 de febrero poco después del año 270, más probablemente el 272. Hacia el año 289, convertido en cogobernante del Imperio, consideraciones de índole política o bien por orden de Diocleciano, llevaron a Constancio a abandonar a Helena para casarse con Maximiana Teodora, la hijastra del emperador Maximiano Heraclio, con quien compartía el poder, a fin de calificar como César del Imperio Romano de Occidente. Helena y su hijo fueron enviados a la corte de Diocleciano en Nicomedia, donde Constantino creció como miembro del círculo inmediato a la nobleza. Su madre nunca volvió a casarse y vivió en la sombra, pero estaba muy unida a su hijo, quien le tenía un gran aprecio, afecto y profunda piedad filial. En el trono imperial A la muerte de Constancio en 306, Constantino fue proclamado Augusto del Imperio por las tropas de su padre. Entonces convocó a su madre a la corte imperial, le confirió el título de Augusta y ordenó que se le concedieran todos los honores como Emperatriz Madre. También le concedió acceso ilimitado al tesoro imperial e hizo acuñar monedas con su efigie. Después de su victoria sobre Majencio en la batalla de Puente Milvio en 313, Constantino se hizo cristiano y llevó a su madre a abrazar también el cristianismo. El historiador Eusebio, obispo de Cesarea de Palestina, atestigua que “ella [su madre] se convirtió bajo su influencia [de Constantino] en una sierva de Dios tan devota, que uno podía creer que había sido discípula del Redentor de la humanidad desde su más tierna infancia”. A partir de su conversión, Helena llevó una vida fervientemente cristiana, y debido a su influencia y liberalidad favoreció una amplia difusión del cristianismo. La tradición asocia su nombre a la construcción de iglesias en las ciudades del Imperio donde residía la corte imperial, principalmente en Roma y en Tréveris, y su nombre está vinculado a los templos que erigió en Tierra Santa. Tras las huellas de Jesús En el año 324, después de su victoria sobre Licinio, Constantino se convirtió en el único señor del Imperio Romano. Declaró a Roma ciudad cristiana en 325 y encargó a su madre que hiciera un viaje a Jerusalén para recoger en los Lugares Santos las reliquias de nuestro Divino Salvador.
La Ciudad Santa aún sufría las consecuencias de su destrucción en el año 70 por las tropas de Tito, y estaba siendo reconstruida. Fue en Palestina, como señala Eusebio, donde santa Helena mostró a Dios, el Rey de reyes, el homenaje y el tributo de su devoción. Ella vertió su riqueza y sus buenas obras en esa tierra, “la exploró con un notable discernimiento”, y “la visitó con la atención y solicitud del mismo emperador”. Cuando hubo “mostrado la veneración debida a las huellas del Salvador”, hizo construir dos iglesias: una en Belén, cerca de la Gruta de la Natividad, adornando con ricos ornamentos el lugar del sagrado nacimiento; la otra en el Monte de la Ascensión, cerca de Jerusalén. Según la tradición recogida por primera vez por Rufino, la Cruz de Cristo fue descubierta durante esta estancia suya en la Ciudad Santa. Tyranius Rufinus, o Rufino de Aquilea (entre 340 y 345-410) fue un monje, historiador y teólogo, amigo de san Jerónimo, que vivió en Jerusalén, por lo que debía de conocer muy bien la tradición local. Acerca del descubrimiento de la Santa Cruz, san Ambrosio lo relata así: “El Espíritu Santo le inspiró [a santa Helena] que buscara el madero de la cruz. Se dirigió al Gólgota y dijo: ‘He aquí el lugar de la contienda, ¿dónde está la victoria? Busco el estandarte de la salvación y no lo encuentro’”. Mandó entonces excavar la tierra en el lugar probable donde se había plantado la cruz, y encontró tres patíbulos colocados desordenadamente. Se fijó entonces en la cruz del centro y encontró la inscripción colocada en ella por Pilato. Allí estaba la verdadera cruz del Señor, y santa Helena la adoró. La leyenda que ha surgido sobre este augusto acontecimiento está muy extendida, con sabor y tinte de autenticidad: Según Eusebio, el emperador Adriano había ordenado construir en el Calvario, exactamente en el lugar probable de la crucifixión, un templo en honor de un dios pagano, Venus o Júpiter. Santa Helena, ayudada por el obispo Macario de Jerusalén, ordenó demolerlo y eligió un lugar para empezar la excavación, que condujo a la recuperación de tres cruces diferentes. Pero Helena se rehusó a dejarse influenciar por otra cosa que no fuera una prueba sólida. Trajeron de Jerusalén a una mujer moribunda. Tocaron en ella la primera y la segunda cruz y no ocurrió nada. Cuando lo hicieron con la tercera y última cruz, repentinamente se sintió curada. Santa Helena declaró entonces que esta era la verdadera cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En el lugar del descubrimiento se construyó la iglesia del Santo Sepulcro.
Carta de Constantino Un documento del emperador Constantino, aunque un poco prolijo, como era habitual en la época, da autenticidad al hecho. En la llamada “Carta de Constantino a Macario de Jerusalén”, citada en la Vida de Constantino escrita por Eusebio, el emperador dice: “Tal es la gracia de nuestro Salvador, que ningún poder del lenguaje parece adecuado para describir la maravillosa circunstancia a la que estoy a punto de referirme. En efecto, que el monumento de su santísima Pasión [de Cristo], enterrado hace tanto tiempo bajo tierra, haya permanecido desconocido durante tantos años, hasta su reaparición a sus siervos ahora liberados por la eliminación de aquel que era el enemigo común de todos, es un hecho que verdaderamente sobrepasa toda admiración. No tengo mayor preocupación que la de adornar con una espléndida estructura ese lugar sagrado que, bajo la dirección divina, he liberado, por así decirlo, de la pesada carga del vil culto a los ídolos [el templo romano]; un lugar que ha sido considerado santo desde el principio a juicio de Dios, pero que ahora parece aún más santo, puesto que ha sacado a la luz una clara certeza de la pasión de nuestro Salvador”.1 Dos escritores antiguos —Hermias Sozomeno (375-447), que escribió sobre la Iglesia recogiendo tradiciones orales de la historia de Palestina, y Teodoreto de Ciro (393-466)— afirman que santa Helena también encontró los clavos de la crucifixión. Y para ayudar a su hijo en las batallas, con su poder milagroso, hizo colocar uno de ellos en el yelmo de Constantino. Según la antigua tradición, la emperatriz también encontró la Santa Túnica de Jesús, que envió a Tréveris, donde se venera hasta nuestros días. Parece ser que santa Helena abandonó Jerusalén y las provincias de Asia Menor en el año 327 para regresar a Roma, llevando consigo un gran trozo de la Vera Cruz y otras reliquias, que colocó en la capilla privada de su palacio, donde aún hoy pueden contemplarse.
Basílica romana de la Santa Cruz “en Jerusalén” La memoria de la santa emperatriz en Roma se identifica principalmente con la basílica de Santa Croce in Gerusalemme. Según la tradición, ella quiso construir un oratorio en Roma para los peregrinos que no podían ir a Jerusalén. Para ello, transformó su palacio en una iglesia, el Palatium Sessorianum, que estaba cerca de las Thermæ Helenianæ y cuyos baños tomaron su nombre. Se dice que sobre el piso de esta iglesia mandó esparcir tierra traída del Calvario, de ahí su título de Santa Cruz “en Jerusalén”. Además de esta tierra procedente de Palestina, santa Helena trasladó asimismo a la nueva iglesia reliquias sagradas que había traído de Tierra Santa, por lo que todo el mundo consideraba que la basílica era una parte de la Ciudad Santa trasladada a Roma. Esta basílica fue consagrada alrededor del año 325 y se convirtió en una de las más importantes de la Ciudad Eterna. Durante siglos fue atendida por monjes cistercienses del monasterio contiguo a la iglesia. San Juan de Letrán La basílica de San Juan de Letrán no tiene relación directa con santa Helena, sino con su hijo, aunque su origen tuvo lugar en vida de la emperatriz. En el emplazamiento del cuartel de caballería del emperador Septimio Severo se construyó en el siglo I el llamado Palacio Laterano, por el apellido de la familia propietaria. Este palacio pasó a manos del emperador Constantino cuando se casó en segundas nupcias con Fausta, hermana de Majencio. Entonces lo donó al obispo de Roma —según se dice, el Papa san Miltiades, que reinó de 311 a 314—, justo a tiempo para que en el año 313 se celebrara allí un sínodo de obispos para analizar el cisma donatista, el cual acabó declarando herejía el donatismo. El palacio se amplió y se convirtió en la residencia del Papa San Silvestre I (314-335), que construyó allí su catedral. San Juan de Letrán —denominada oficialmente archibasílica del Santísimo Salvador y de los santos Juan Bautista y Juan Evangelista— es la catedral del Papa, obispo de Roma. Aunque popularmente se la conoce como San Juan de Letrán, como indica la inscripción de su fachada, mantiene como patrón principal a Cristo Salvador. Muerte y glorificación La generosidad principesca de santa Helena era tal que, según Eusebio, no solo ayudaba a individuos, sino a comunidades enteras. Los pobres y los indigentes fueron objeto especial de su caridad. Así se comportó mientras estuvo en Tierra Santa, como lo atestigua Eusebio, y no debemos dudar de que dio muestras de igual piedad y benevolencia en las demás ciudades del Imperio en las que residió después de su conversión, especialmente Roma y Tréveris. Según el historiador griego Sócrates de Constantinopla (siglo V), en 327 el emperador mejoró la ciudad natal de su madre, Drépano, y decretó que se llamara Helenópolis. Es probable que para entonces santa Helena ya hubiera regresado de Palestina. Santa Helena entregó su alma a Dios a los 80 años de edad aproximadamente, teniendo a Constantino a su lado, lo cual debió de ocurrir hacia el año 330, ya que las últimas monedas acuñadas con su nombre llevan esa fecha. Según algunos, su cuerpo fue trasladado a Constantinopla, al mausoleo imperial de la Iglesia de los Apóstoles. Se presume que sus restos fueron trasladados en 849 a la abadía de Hautvillers, en la arquidiócesis de Reims (Francia). Según otros, fue enterrada en el Mausoleo de Helena, a las afueras de Roma, en la Vía Labicana. Su sarcófago se encuentra en el Museo Pío Clementino del Vaticano, junto al de santa Constantina, su nieta. Su cráneo se encuentra en la catedral de Tréveris (Alemania). La fiesta de santa Helena se celebra el 18 de agosto. Fue reconocida como santa en Oriente, y esta veneración se extendió a los países occidentales a comienzos del siglo IX.2
Notas.- 1. https://en.wikipedia.org/wiki/Helena_(empress). 2. Otras fuentes: J.P. Kirch, St. Helena, The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition; y, http://www.newworldencyclopedia.org/entry/Helena_of_Constantinople.
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