16 de abril +Santoral
Santa Bernardita de Soubirous Nació en Lourdes (Francia) en 1844. Hija de padres supremamente pobres. Desde el 11 de febrero de 1859 hasta el 16 de julio del mismo año, la Santísima Virgen se le aparece 18 veces a Bernardita. Nuestra Señora le dijo: "No te voy a hacer feliz en esta vida, pero sí en la otra". El 16 de abril de 1879, exclamó emocionada: "Yo vi la Virgen. Sí, la vi, la vi ¡Que hermosa era!" Y después de unos momentos de silencio exclamó emocionada: "Ruega Señora por esta pobre pecadora", y apretando el crucifijo sobre su corazón se quedó muerta. Tenía apenas 35 años.
  Devociones marianas en el mundo

may2020

Basílica de Santa María de Monte Bérico, Vicenza (Italia), construida sobre el cerro que domina la ciudad
Artículo de portada
La Madonna de Monte Bérico
Vicenza es una de las más antiguas ciudades del noreste de la península itálica, ubicada a orillas del río Bacchiglione...

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Palabras del Director   V

 

Estimados amigos:

Las epidemias acompañan al ser humano prácticamente desde que fue expulsado del Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. ¡Quién no se impresionó, por ejemplo, al oír por primera vez la narración bíblica de las diez plagas de Egipto! Los propios Evangelios registran curaciones milagrosas de leprosos operadas por Nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 8, 1-4; Lc 17, 11-19).

Griegos y romanos enfrentaron pandemias en su tiempo: Hipócrates lo hizo con el cólera y Galeno con la viruela. A fines de la Edad Media la “peste negra” diezmó a un tercio de la población europea. Y siglo y medio después la viruela se encarnizó con los habitantes nativos de América. A todas estas pandemias aventajó en número de víctimas la “gripe española” de 1917 a 1920.

Pero el sufrimiento y la muerte, en la era cristiana, dio expansión a las obras de caridad y de misericordia. Hospitales, sanatorios, lazaretos, se levantaron por todas partes. Nacieron también las rogativas y procesiones para aplacar a la justicia divina. Sobresaliendo en las calamidades el heroísmo de los santos, que se desvelaron para atender espiritual y materialmente a los apestados.

Luego, como que conmovido por tantos e insistentes ruegos, Dios misericordioso acudió en auxilio de sus hijos arrepentidos. Y lo hizo comúnmente a través de una imagen, de un sacramental o de una aparición.

Un ícono de María, “Salus Populi Romani”, aplacó la peste en la Ciudad Eterna el año 590, y el Cristo milagroso de San Marcelo la salvó nuevamente en 1522. El detente del Sagrado Corazón de Jesús detuvo la peste de Marsella en 1720; y, la Medalla Milagrosa curó a miles de enfermos y consoló a los afligidos durante la epidemia de cólera que asoló a Francia en 1832. Pero fue la Virgen de Monte Bérico, en persona, que se apareció en 1426 y 1428 a las afueras de Vicenza, para poner fin a los padecimientos que asolaban cruelmente al noreste de Italia.

Sobre este último suceso, con la venia de nuestros lectores, nos extendemos a continuación.

En Jesús y María,

El Director

Estimados amigos:

Las epidemias acompañan al ser humano prácticamente desde que fue expulsado del Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. ¡Quién no se impresionó, por ejemplo, al oír por primera vez la narración bíblica de las diez plagas de Egipto! Los propios Evangelios registran curaciones milagrosas de leprosos operadas por Nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 8, 1-4; Lc 17, 11-19).

Griegos y romanos enfrentaron pandemias en su tiempo: Hipócrates lo hizo con el cólera y Galeno con la viruela. A fines de la Edad Media la “peste negra” diezmó a un tercio de la población europea. Y siglo y medio después la viruela se encarnizó con los habitantes nativos de América. A todas estas pandemias aventajó en número de víctimas la “gripe española” de 1917 a 1920.

Pero el sufrimiento y la muerte, en la era cristiana, dio expansión a las obras de caridad y de misericordia. Hospitales, sanatorios, lazaretos, se levantaron por todas partes. Nacieron también las rogativas y procesiones para aplacar a la justicia divina. Sobresaliendo en las calamidades el heroísmo de los santos, que se desvelaron para atender espiritual y materialmente a los apestados.

Luego, como que conmovido por tantos e insistentes ruegos, Dios misericordioso acudió en auxilio de sus hijos arrepentidos. Y lo hizo comúnmente a través de una imagen, de un sacramental o de una aparición.

Un ícono de María, “Salus Populi Romani”, aplacó la peste en la Ciudad Eterna el año 590, y el Cristo milagroso de San Marcelo la salvó nuevamente en 1522. El detente del Sagrado Corazón de Jesús detuvo la peste de Marsella en 1720; y, la Medalla Milagrosa curó a miles de enfermos y consoló a los afligidos durante la epidemia de cólera que asoló a Francia en 1832. Pero fue la Virgen de Monte Bérico, en persona, que se apareció en 1426 y 1428 a las afueras de Vicenza, para poner fin a los padecimientos que asolaban cruelmente al noreste de Italia.

Sobre este último suceso, con la venia de nuestros lectores, nos extendemos a continuación.

En Jesús y María,

El Director

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